La Virgen, el negro y el tiro en la nuca
La ciudadanía percibe la política como algo perjudicial para ella y lucrativo para los segmentos sociales que negocian con ella, incluso cuando la beneficiaria es una mayoría social. Llegado el momento de pedir el voto, los políticos levantan un escenario electoral sobre la cruda realidad en el que representan esperpentos populistas que surten efecto. El espectáculo es tan simple y efectivo como los títeres de cachiporra, las películas de Laurel y Hardy o los dibujos del Correcaminos: leña al mono, que es de goma.
Hay programas y personajes de televisión con elevadas audiencias porque en ellos se maltrata a unos concursantes bien pagados que se ajustan a los guiones pensados para engatusar y “educar” al espectador. ¿Verdad Risto?, ¿verdad Jordi, Pepe y Samantha? La ausencia de ética hace que esta práctica se extienda a programas infantiles y juveniles. Y es ese vacío de ética lo que hace de este formato el ideal para el mercadeo político en sesión continua y extenuante durante épocas electorales infumables como la actual.
Las productoras partidistas cuentan con agentes que se dicen externos para publicitar y exprimir cualquier asunto alejado de la habitual práctica corrupta que indigna al pueblo. Destacan entre estos agentes los medios de comunicación, centrados en la propaganda de quien les paga, y la Justicia, a gusto secuestrada, que no duda en mostrar bajo las puñetas su militancia política. Y no faltan aquellos que ponen el dinero para que el esperpento sea un rotundo éxito: las élites financieras y empresariales.
En estos días de campaña ha irrumpido, extemporáneamente, una escultura con pinta barroca, groseramente enjoyada y que, al parecer de la secta Abogados Cristianos y de la jueza que les hace caso, ha sido injuriada (¡?!). La España mariana se rasgará las vestiduras y la España talibana se aprestará a cosechar los votos generados por tamaña afrenta. La España aconfesional, agnóstica o atea será humillada y colocada al mismo nivel de las ciegas y aciagas teocracias radicales y del nacionalcatolicismo redivivo.
En estos días de campaña, blanqueado el racismo por las derechas mediática y política, unos gritos desde la grada en un campo de fútbol reavivan el debate. De un lado, se intenta convencer a España de que los fondos de los estadios, llamados hoy “gradas de animación”, no son nidos y escuela de radicales de extrema derecha. De otro, el ruido generado por los insultos a un negro rico evidencia el silencio cotidiano que tapa el persistente racismo sufrido con indefensión por los negros pobres en las calles y los tajos.
En esos días de campaña no podía faltar el tiro en la nuca, el recurso más repugnante utilizado por las derechas radicales cada vez que tienen ocasión, venga o no a cuento. Repugnante, sí, pero da votos, muchos votos. Como en los casos de la virgen y los negros, la España decente aprieta los dientes ante la indignidad de condenar a los asesinos de ETA y despreciar a la vez a los asesinados por el franquismo. En todo caso, una España quiere dar un tiro en la nuca a la otra, a 26.000.000 de hijoputas: no la votes.