Las estadísticas las carga el diablo

Aparece en la prensa local un titular que reza: «Granada supera a Sevilla como la capital más rica». Y algunos asistimos con incredulidad y estupefacción a que esa comparativa, así expresada, pueda llenar de orgullo granadino a muchos paisanos, haciéndose indispensable la obligación moral de poner sordina a tamaño rapto de orgullo patrio, colocar semejante afirmación en sus justos términos y posteriores discursos.

Comencemos preguntándonos qué es la Renta per cápita. Para empezar es un número, un macro-dato económico, que pretende darle un valor cuantitativo a la riqueza de un lugar con el fin de poder medir el bienestar (concepto cualitativo), y que se obtiene de sumar todos los ingresos anuales declarados en un territorio, divididos entre toda la población que haya, o no, declarado sus ingresos, para así crear un índice numérico con el que poder trabajar matemáticamente. Un dato, ya de por sí, de dudosa fiabilidad, porque ni toda la población tiene obligación de declarar, ni todos los que declaran a Hacienda lo hacen con honestidad, ni muchísimo menos la gran mayoría alcanza esos 30.000 euros de ingresos anuales que, según la estadística, ingresamos cada granadino, lo que sin duda es una auténtica burla a miles de ellos.

Pero es que además, este cálculo deja por el camino las desigualdades económicas entre la población, imprescindibles para evaluar el bienestar (el famoso «si yo me como un pollo y tú ninguno, los dos nos comemos medio pollo»), como también se olvida de calcular los recursos naturales de dicho territorio o el uso y/o consumo depredador de éstos, sin reponer lo que se agota y lo que esto supone a largo plazo en la producción de riqueza y calidad de vida posteriores.

Aunque hay algo peor en esta desinformación. Y es olvidarnos del PIB en términos absolutos, relativizándolo en términos de renta per cápita, dividiendo ese número entre el número de habitantes y omitiendo ese dato antes de ser maquiavélicamente tratado para hacerse trampas al solitario ¿O alguien se cree de verdad que los ingresos totales en Granada (riqueza bruta) son mayores que en Sevilla?

«Hay que ver cómo somos los granadinos que nunca nos alegramos de nada»- dicen los más entusiastas. Y es que a veces, con esto de la globalidad, lo “importante” para la economía nos aleja de lo que verdaderamente “importa” a la población, que no es más, que uno y los suyos estén más o menos bien y llegar a fin de mes, si es posible, comiendo todos los días y con cierta paz social alrededor.

Pero lejos de llegar a esa tan deseada paz, de pronto, un montón de gente se lanza por las redes y sale a la palestra en protesta del artículo hablando del Paro, y convirtiéndolas en una especie de Torre de Babel en la que no nos entendemos los unos con los otros, ni queriendo ¿Por qué pasa esto? Pues porque ni el PIB, ni la renta per cápita, son el marcador de un partido de fútbol, ni los rankings económicos son una liga, sólo son herramientas de macro-cálculos. Un cálculo que aislado de otros datos estadísticos y parámetros de medición convenientes carecen de sentido y de verdad fehaciente. Y en este caso, el paro es otro marcador estadístico que nos habla, no sólo del bienestar en un territorio, sino de la actividad económica que se está llevando a cabo con esa supuesta «riqueza territorial» y cómo se está haciendo.

¿Es riqueza un dinero que no se mueve? ¿Sabemos cuál es la diferencia entre tener riqueza y ser un acaparador? Dicho de otro modo ¿de qué sirve ser rico si no existe disfrute de bienes sino que te limitas a acumularlos, o bien porque no puedes o no sabes cómo, o no quieres para especular con el mercado? ¿Es eso realmente la riqueza y bienestar de un territorio?

Muchos pensamos que no, que la riqueza es un concepto más complejo y amplio, pero es que, además, creemos que está compuesta de otro capital más valioso aún que los que marcan estos índices: el capital humano, el que se llena de resiliencia y empuje cuando el económico falla una y otra vez, llevándonos al fracaso, matándolos de hambre, explotando nuestras vidas, limitando nuestras posibilidades o agotándonos las fuerzas, día tras día. Otros que entendemos que el trabajo nunca puede, ni debe ser jamás, entendido como un residuo de otras dinámicas, porque va implícito en las necesidades, tanto de supervivencia como de realización personal, que impone la propia naturaleza humana.

Pues sí, la gente habla de paro al oír estas cifras, y más con estos tipos de titulares ya que, sea donde sea, es un drama para muchos, porque lo que diferencia a un “desempleado” de un “desocupado” es la necesidad de trabajar. Y deberíamos pensarlo, y mucho, la próxima vez antes de hablar tan «futboleramente» de los granadinos y sus carteras, con una afirmación tan simplista, por mor de lanzar un ventajista titular periodístico, con un peor análisis «garnatí»; sobre todo cuando lo que hay detrás, es el sufrimiento vital de muchísimas personas y familias. Porque no son números, son personas que viven angustiadas por su presente y su futuro, y no quieren ser olvidados, aquí, en Huelva o en Pernambuco. Y ese es el problema básico: que no se quiere mirar hacia los problemas de los demás y los diluimos en el abstracto mundo de los números para evitarlos.

Pues no, señoras y señores, la vida es bastante más azarosa de lo que nos permitimos pensar. Nacer dónde te toca, una acción inesperada propia o de otro, un accidente o una enfermedad grave o irreversible, entre otras muchas cosas, pueden cambiarte la vida, como también puede hacerlo la suerte de encontrarte por el camino con una persona que te agarre fuerte de la mano y te ayude a resurgir de tus propias cenizas.

La vida no es matemática pura sino, más bien, puro azar como lo fue el Big Bang del que partió todo esto que llamamos Vida. Venimos aquí para un rato, vengas de donde vengas y tengas lo que tengas, aunque hay cosas que sí se pueden elegir como: sentir y luchar por quien se quiere ser.

Hasta ahí, todo bien, lo malo es cuando cada cual con su película, y basándonos en un dudoso individualismo moral, nos agarramos a una realidad cuántica propia e intransferible para darle estabilidad a «nuestro pollo». Pero que como dirían nuestros sabios abuelos: ¡»Cuantica» falta nos hace darle un «vueltecica» a to’esto antes de seguir haciendo el gilón!

PD.- Gracias a mi amiga Marga Marín por hacerme partícipe de tan apropiada reflexión

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