Leer es de buena educación
Qué duda cabe que el mejor síntoma de una buena educación es leer para saber de qué se habla o de qué se opina. Para tener discernimiento de los asuntos, conocer la esencia de las cosas y opinar con conocimiento de causa, también llamado fundamento. Un gran profesor que tuve de joven, siempre lo decía “leerlo todo ahora, sólo así sabréis qué leer en el futuro”. Un antiguo programa de televisión hizo célebre la frase “todo está en los libros”. Y resulta obvio que en un Estado de derecho, “todo está en las leyes” y fuera de ellas habrá opinión, prejuicio, deseo, ensoñación o alucinación. Pero lo que está escrito en una ley, lo está. Y lo que no, pues no.
No voy a hacer un (nuevo) ejercicio de transcribir párrafos o artículos de la nueva Ley de Educación, conocida como Ley Celaá, quien quiera la puede leer entera o por partes en las innumerables publicaciones que se han hecho de ella. Sólo añadiré que pasada la fase de exaltación y apasionamiento (concentraciones incluidas), conviene leer, y leer bien, el contenido de la ley. Sólo así evitaremos bochornos como algunas declaraciones de asistentes a dichas concentraciones, tipo “estoy a favor de cosas de la ley y en contra de otras cosas, lo que no entiendo es lo de la educación especial”. La sociedad democrática merece otro tipo de argumentaciones y de posiciones, si de lo que se trata es de desbrozar el contenido de una ley, claro. Por eso decía que leer es de buena educación.
Lógicamente si de lo que se trata es de reafirmarse insistentemente en las propias convicciones, no hay que leer nada, porque nada se entenderá y dará igual que la ley diga lo que dice, en vez de lo que supuestamente dice. Para ese viaje no se necesitan las alforjas de leer. Pero entonces hay que ser claros y decirlo. Manifestar que la propuesta educativa que uno o una defiende es ésta, y que mientras eso no esté escrito en la ley, no aceptará ninguna ley. Sería muy clarificador. Es legítimo desear que la enseñanza de la religión sea obligatoria y curricular. Aunque el resto de países civilizados de nuestro entorno entiendan y hayan legislado con amplísimos consensos que la religión es un asunto privado, que cada cual en su casa puede hacer lo que quiera al respecto, pero que la escuela no está para asuntos particulares. Aunque eso sea así, y una buena parte de la sociedad española lo considere así, es legítimo desear que la religión sea obligatoria y curricular. Pero la Ley no la considera así. En este punto, es cierto que la ley dice lo que dice.
Es legítimo desear que no se enseñe educación sexual en las escuelas, o que no se enseñen valores cívicos y constitucionales, aunque el signo de los tiempos y el más elemental sentido común aconsejan, sino exigen, que ésa sea una parte importante de la educación de las niñas y niños. El conocimiento del propio cuerpo o del propio ordenamiento que rige nuestra vida colectiva es algo tan elemental que escaparía a un mínimo análisis sensato. Es obligación de un sistema educativo integrador y formador de ciudadanas y ciudadanos ofrecer esos contenidos educativos. Cómo lo es no segregar al alumnado por sexos, coeducar a niñas y niños en valores compartidos y en una sociedad de iguales.
Leer para debatir y acordar sobre ello. Para saber encontrar puntos de encuentro válidos y lo más aceptables posible. Para saber diferenciar el papel de la escuela y el papel de la familia, para aprender a ser una sociedad adulta y democrática, que no recurra al chillido ignorante. Para lograrlo hay que partir de que buscamos un modelo educativo que nos equipare a nuestro entorno. Si partimos, como algunos están haciendo, del puro electoralismo barato y de la manipulación de conceptos, no es necesario leer ni comprender. Ni, por supuesto, mostrar buena educación