¡Libertad!, en el Ayuntamiento de Granada

Es el grito de moda de la derecha española, la palabra mágica con la que pretenden taparlo todo, la perversión semántica hecha eslogan en tiempos de incertidumbre y de tuit. Siempre usada en contraposición a algo. A algo que pretenden identificar con la izquierda, algo malo por definición en una nueva perversión del lenguaje que, al parecer, es bien digerida por determinados sectores sociales. Así se escribe la historia. Ignorando soezmente el sentido y el valor históricos de la palabra y lo que ha significado en la historia de la humanidad.

Pero si aplicamos el término al Ayuntamiento de Granada, bien parecería que nuestras derechas políticas andan metidas en el más desbarajustado libertinaje que imaginarse pueda, algo, por cierto, tan contrario al tradicional sentido del “orden” de las mismas. Un libertinaje que les consume la totalidad del tiempo y el esfuerzo, todas sus energías y la escasa inteligencia que les va quedando. Obviamente no les queda tiempo para lo que de verdad debería ocuparles y que es por lo que las granadinas y los granadinos les pagamos a final de cada mes, que es gestionar la ciudad y sus problemas. Eso queda para no se sabe quiénes.

Por un lado, el serial de quién, cuándo y cómo ha de ser la primera autoridad. En virtud de que acuerdos, caprichos, azares, apretones de  manos o tirones de orejas, fulanito o menganito ha de ostentar la vara de mando, cuando han de cambiársela o cómo ha de producirse el tránsito. Cómo de ese tema ya hemos opinado largo y tendido, sólo añadiremos que este serial se ha visto adobado y, sin duda, alimentado por el proceloso momento de reconfiguración al que asisten nuestras derechas, que más que una natural realineación de fuerzas y estrategias, parece una cruenta batalla de la que resultará vencedor quien más triquiñuelas sea capaz de hacer tragar al adversario, aunque socio.

Justamente, al hilo de ese proceso, dos personajes han puesto sobre la mesa nuevos ingredientes de ignominia política, incluso personal, que vienen a culminar el libertinaje al que antes me refería. Uno, que siempre ha estado en el asunto, sólo que ahora ha cambiado de partido. Lo que, al parecer, le ha conllevado cambiar de opinión, de visión, y por supuesto, de patrón. En apenas un mes, vayan a creerse. El entonces (innombrable) Secretario nacional de Organización de Ciudadanos, defensor de la no alternancia en base a negociaciones por él hechas, ahora (de nuevo innombrable) asalariado del PP, defensor de justo lo contrario. Debido a la existencia de documentos y pruebas, que de pronto existen, pese a nunca existir antes, y que nunca esgrimió, pero ahora si esgrime. Tal cual y sin calmantes (y sin quina).

El otro, el concejal (i)responsable de Empleo y Turismo, portavoz, a estas horas, de Ciudadanos en el Ayuntamiento, y que en un arrebato cuasi místico de sinceridad, al parecer ha visto la luz y ha recordado, con 2 años de retraso, que en su familia le enseñaron a decir siempre, siempre, la verdad.

Y por ello, no ha podido evitar afirmar que lo de la alternancia fue que sí, que él estaba allí y lo vio, con estos ojos. Pero que en estos 2 años, por no se sabe que conjuro, no lo había recordado. Y ha sido ahora, justo ahora que se están realineando las derechas, cuando lo ha recordado. Casualidades de la vida, hombre¡.

En ese libertinaje estamos. Un día sí y al otro también. El alcalde, entre dos fuegos, antes amigos, ahora parece que no, cómo si no fuera con él. De un lado tiene suficientemente acreditada su capacidad camaleónica para mudar de piel. De otro, no nos engañemos, fue quién reunió los 14 votos de las derechas en el Pleno de Junio de 2019 (14 concejales con nombre, apellidos, DNI y rostro y 14 papeletas con su nombre), y con razón puede pensar que ahí sigue, mientras no se produzca otra suma similar para desalojarlo.

Dado que dicha suma, aún siendo posible matemáticamente en algún supuesto, no parece alcanzable bajo supuestos de autoinmolación o suicidio político gratuito del actual alcalde, ni tampoco bajo premisas programáticas ni ideológicas, lo que impediría una gobernabilidad medianamente coherente, la desechamos como hipótesis política razonable y sensata. Con la firme esperanza de que este terreno esté vedado al libertinaje campante en los terrenos de las derechas

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