Lo diré cantando
Comenzaré dando las gracias a La Voz de Granada por ser un medio libre que además me ofrece la oportunidad de expresarme sin censura, limitaciones y, o, tendencias a las que plegarme. Hace días que vengo rumiando el artículo a plasmar y sin embargo, hoy tecleo, me detengo, borro, retomo y sigo sin estar seguro de lo que en realidad quiero escribir. En parte porque me hallo sumido en un proceso personal, de tipo laboral y profesional, que me abstrae casi por completo y me impide concretar con claridad. Pero voy a intentar dejar a un lado este asunto y si acaso otro día, cuando mi vanidad me empuje a ello, tal vez os lo cuente.
Me gusta tanto la música que ya no entiendo la vida sin ella, es más, en mi juventud formó parte de la misma de tal modo que creí alcanzar la plenitud, incluso cobré dinero por subirme a un escenario a tocar. Hace años y quizá porque ya tengo unos cuantos, que elimino prejuicios y no desecho estilo musical alguno sin haberle dando antes una oportunidad, no obstante, hay géneros que en sus primeras notas logran atrofiar mis tímpanos y me llevan a aborrecerlos hasta la desesperación. Pero tengo que resignarme, pues mi hijo menor suele poner, con cierto volumen y mientras está en la ducha, eso a lo que llaman Reggaetón; insufrible.
También hay ocasiones en las que en mi casa suena el Rap, esa suerte de parloteo constante sobre un repetitivo y percutido tintineo; así lo considero yo, y sin embargo, debo decir que algún tema que otro llegó a mis oídos logrando captar mi atención y no me pareció tan deleznable. Es más, justo ayer, cuando ya tenía casi cuadrado esto que ahora escribo, mi hijo mayor me sorprendió gratamente con un video en el que rapeaba una letra de su propia cosecha. Honestamente: me deleitó hasta extraer mi orgullo paterno.
Pero a lo que iba, y es que últimamente el Rap que nunca escuché, ese que unido, presuntamente a narrar verdades que son vox pópuli, ese que ha generado protestas y manifestaciones por doquier, acompañadas de violencia, sangre y fuego, que a su vez ha levantado una espesa cortina de humo, sumada al estruendo que ha provocado, no me permite oír cantar ni ver al que cantar no sabe, aunque sea padre de un chico que es cantante. Creo que ya saben a quién me refiero, para dar un pista si no es así, diré que el hijo no se sienta en el banquillo de los acusados, más bien usa un taburete, y que tiene a su madre entre rejas, como el rapero al que tampoco nombraré, tal vez porque su padre no cantó en el momento adecuado. Y yo, que sigo y seguiré alimentando mi espíritu con Rock and Roll, con Pop, con Camarón, con Sabina, con Bowie o con Beethoven, me vengo a quejar aquí y ahora, de no poder oír “cantar” al que cantar no sabe, porque los medios, al parecer no tan libres como La Voz de Granada, distraen la atención con el asunto de que si uno va a la cárcel por cantar lo que no debe. No voy a cuestionar los motivos, pues ya he leído de todo y no me creo nada, pero diré, que juzgar y condenar a una persona tan solo por expresarse libremente, deja bien a las claras que la censura a la que estamos sometidos es latente y que de democracia plena, nada de nada. Y es por eso que la escribo con minúsculas. ¿Dónde está la separación de poderes cuando el Parlamento, Gobierno y Oposición, es decir, el Legislativo y Ejecutivo, discuten y se disputan como renovar el Consejo General del Poder Judicial? Hasta en el más oscuro periodo del Imperio Romano, donde la corrupción y la tiranía sometían con crueldad al pueblo, o mejor dicho, a la plebe, se tiene todavía constancia de las críticas y sátiras que escritores y artistas vertían sobre aquellos que ocasionalmente ocupaban el poder.
¿Democracia plena? No, amigos, no. ¿Libertad de prensa? Para echarse a llorar. ¿Libertad de expresión? Para mear y no echar gota. Ya me gustaría a mí, y si eso, la próxima vez lo diré cantando.