Los peores para el peor momento
Desde hace días Granada transita de la tristeza a la agonía, con sus hospitales sobrepasados, las UCIS al borde del colapso, los contagios desbocados, la lista diaria de víctimas poniéndonos un nudo en la garganta, su Universidad cerrada, la Alhambra clausurada, la hostelería con la persiana bajada, el comercio minorista en colapso, el aeropuerto y el AVE criando telarañas, la Junta de Andalucía como un boxeador noqueado, el alcalde en su habitual encefalograma plano y sus ciudadanos desconcertados preguntándose: ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Una pregunta que tiene muchas respuestas y ninguna fácil.
Lo primero que deberíamos hacer es un elemental ejercicio de autocrítica, porque del actual -y catastrófico- estado de cosas, todos, absolutamente todos somos responsables. Porque todos tuvimos muchas prisas por recuperar en mayo el tiempo que el COVID nos había arrebatado. Todos tuvimos mucha prisa por volver a las calles, por abrazarnos, por juntarnos, por hacer ese viaje «inaplazable», por ir al pueblo, por llenar las terrazas. En definitiva, por recuperar una normalidad que no era tal, porque el virus seguía emboscado, esperando precisamente que bajáramos la guardia que fue exactamente lo que hicimos.
Es cierto que nuestro comportamiento fue el que fue, porque nuestros gobernantes, nacionales, autonómicos y locales, contribuyeron en buena medida a ello. Recordemos el triunfalismo preveraniego del presidente del Gobierno, asegurando que habíamos derrotado al virus; las llamadas de la Junta de Andalucía, a vivir el verano como si no hubiera un mañana; o las del alcalde de la ciudad, como si el coronavirus fuera un programa de televisión, en los que tanto le gusta aparecer.
Que la primera ola de la pandemia nos cogiera desprevenidos, puede ser comprensible, por aquello de enfrentarnos a una situación, tan desconocida como imprevisible, pero que el segundo ataque -esperado y anunciado- esté teniendo consecuencias similares en pérdida de vidas y quebranto económico, es sencillamente imperdonable y demuestra una evidencia clara, estamos en las peores manos, en el peor momento, o lo que es lo mismo, nuestros gobernantes, todos nuestros gobernantes, están demostrado unos niveles de incompetencia absolutamente incomprensibles.
En la situación más grave vivida por nuestro país desde la guerra incivil, la ciudadanía necesita certezas y confianza en nuestros y ocho meses después del inicio de esta pesadilla, no hemos tenido ni las unas, ni las otras. Podríamos
citar numerosos ejemplos de lo anterior, pero para no remontarnos muy atrás, nos quedaremos en el esperpento de los últimos días en Madrid, Andalucía y Granada. En la capital del reino, asistiendo ayer a las bochornosas «explicaciones» del Gobierno, intentando hacer comulgar al personal con ruedas de molino, sobre la reducción del IVA de las mascarillas, o la obligatoriedad de PCRs negativos, para quienes lleguen a nuestros aeropuertos procedentes de países de riesgo, dos asuntos de puro sentido común, que solo un Gobierno, tan superado como el de Pedro Sánchez, ha podido negar durante meses. Del esperpento madrileño al sevillano, con un vicepresidente aquejado de incontinencia verbal, asegurando que Granada no estaba confinada domiciliariamente, porque el Gobierno de Madrid no lo había autorizado, solo unas horas antes de que su Presidente -por cierto, vaya papelón el suyo siendo incapaz de enumerar ante los periodistas las restricciones que acababa de aprobar su consejo de Gobierno- le enmendara la plana por enésima vez. La guinda, en esta ceremonia de la confusión, la puso, como no, el ínclito alcalde de esta ciudad, afirmando, sin descomponer la figura, que él era partidario del confinamiento, cuando hasta ese momento había sido el apóstol de todo lo contrario.
Con semejantes ingredientes, solo de las últimas 48 horas, no es de extrañar que el personal, no solo no sepa la hora que es, sino que tenga un cabreo más que justificado con los unos y los otros y lo que es peor, tengamos una sensación de orfandad más que justificada, en un momento en el que el liderazgo es más necesario que nunca.
Hoy jueves la hostelería granadina, uno de los sectores fundamentales de nuestro tejido productivo, se echará a la calle para exigir soluciones, que de momento no se atisban y que si no llegan urgentemente, abocarán a centenares de negocios a tener que echar el cierre. No me imagino mayor sensación de impotencia que la tener que cerrar por decreto el negocio que es tu medio de vida, sin saber cuando podrás volver a abrirlo, si podrás abrirlo y sobre todo, sin saber de qué vas a vivir y de qué van a vivir tus trabajadores.
Y mientras nuestros médicos y enfermeras se juegan otra vez la vida, luchando en primera línea de batalla y preparando UCis de emergencia en capillas y cafeterías de centros sanitarios, la consejería de Salud les premia dejando sin efecto las limitaciones relativas a la duración de la jornada, al trabajo en turnos y a los periodos mínimos de descanso diario y semanal, anulando los descansos, las vacaciones reglamentarias o excedencias por cuidados de familiares e hijos; obligando al personal a moverse entre distintos centros (incluso de distintas localidades), suspendiendo la exención de guardias para mayores de 55 años y dejando en suspenso los plazos para la toma de posesión del Concurso de Traslados y las oposiciones del SAS … Sin duda la mar de oportunos.
Ante semejante panorama el único consuelo que nos queda es que la tan esperada vacuna llegue cuanto antes. Las últimas noticias parece que apuntan en esa dirección. Solo hace falta que nuestros gobiernos en Madrid y Sevilla, no joroben el invento porque capaces son de ello.
Agustín, sólo puedo decir que has descrito la situación de forma impecable. Gracias y enhorabuena