Malos tiempos para la comunicación veraz
La victoria en las elecciones norteamericanas de uno de los padres de la desinformación, los bulos y las fake news, como es Donald Trump, es una pésima noticia para el derecho planetario a una información veraz.
Fue Steve Bannon, un ejecutivo de medios estadounidense, exbanquero de inversiones y expresidente ejecutivo de Breitbart News, quien como estratega jefe de Donald Trump hasta el 18 de agosto de 2017, diseñó y potenció esa política de desinformación, como arma estratégica para acceder al poder primero y para mantenerlo a toda costa después.
Tras dejar la Casa Blanca, Bannon ha hecho campaña y ayudado a varios movimientos políticos europeos y latinoamericanos de derecha y extrema derecha que incluyen al Frente Nacional de Francia, la Fidesz de Hungría, la Alternativa para Alemania, los Demócratas de Suecia, el Partido por la Libertad de Países Bajos, la Liga de Italia, el Partido de la Libertad de Austria, el Partido Popular de Suiza, VOX en España y el movimiento identitario paneuropeo, muchos de los cuales han llegado o están a punto de llegar al poder, a caballo de esa estrategia de la desinformación, la intoxicación y la mentira más burda, cuyo éxito acaba de ser arrollador en las elecciones norteamericanas.
Las grandes catástrofes naturales también se han demostrado terreno abonado para esas políticas. Ha ocurrido con el huracán ‘Helene’, la tormenta que asoló hace un mes Florida, o con la trágica DANA sufrida en el levante español hace una semana, situaciones que abren un nuevo frente en la batalla partidista y sitúan como víctimas colaterales a los medios de comunicación convencionales, que en su mayor parte están naufragando para regocijo de esos apóstoles del caos y la desinformación.
La transformación que el entorno comunicativo ha experimentado en las últimas décadas implica un reto para los medios de comunicación en relación con sus públicos, pues la confianza es un activo muy sensible a los cambios sociales, económicos, culturales y tecnológicos.
Uno de los principales motivos de desconfianza hacia los medios es la percepción de que las noticias están sesgadas por razones políticas o económicas y es que los cambios culturales, económicos, sociales y tecnológicos vividos en las últimas dos décadas han propiciado una crisis de desconfianza que afecta a instituciones diversas, desde compañías multinacionales hasta partidos políticos, pasando por ONGs, instituciones religiosas y empresas mediáticas. En el ámbito de la comunicación pública, la confianza es uno de los elementos que configuran el vínculo entre la ciudadanía y los medios de comunicación y por eso es tan importante la relevancia que tiene la desinformación en el descrédito de los medios.
La confianza en los medios es esencial para la democracia, ya que ayuda a tener ciudadanos informados con capacidad de compromiso político. La credibilidad, por su parte, tiene un carácter más objetivo, en la medida en que se asienta sobre una serie de rasgos o características que, si son cumplidos, otorgan credibilidad (y, con ello, suscita confianza).
La veracidad de las informaciones difundidas, la imparcialidad, la independencia de los medios frente a agentes externos y su compromiso por defender los intereses de la audiencia son algunas de las variables predictoras de la credibilidad de los medios, haciendo a estos merecedores de confianza. En otras palabras, la confianza es el efecto generado en la audiencia como resultado de la calidad del producto informativo, pues se apoya en que las noticias han sido elaboradas con los procedimientos adecuados para asegurar que responden a la realidad de los hechos sucedidos.
En suma, la confianza es el resultado de un proceso en el que la persona examina y evalúa de modo subjetivo, ya sea el sistema de medios, ya las cualidades de una fuente informativa (el tipo de medio, la marca o un periodista) o el contenido de sus mensajes.
La transformación del entorno comunicativo implica un reto para los medios tradicionales, pues el nuevo ecosistema se caracteriza, entre otros factores, por el desdibujamiento de las fronteras clásicas del periodismo, la hibridación entre lógicas mediáticas clásicas y digitales y la capacidad de alta elección por parte de los usuarios, lo que lleva a una batalla entre agentes muy diversos por captar su atención
Entre estos nuevos actores mediáticos proliferan las fuentes informativas partidistas y alternativas, que precisamente se apoyan en el ataque a los medios tradicionales, acusándolos de no confiables, como parte de su estrategia editorial. También desde instancias políticas de corte populista se llevan a cabo campañas para desprestigiar y deslegitimar la labor periodística, lo que contribuye a que aumente el escepticismo hacia los medios de comunicación, e incluso la hostilidad. Paralelamente, el auge de la desinformación supone un desafío para los medios de comunicación, pues incrementa la incertidumbre entre la ciudadanía sobre la fiabilidad de los contenidos que circulan en el espacio público y eso conduce, tanto a una menor confianza en los medios , como a un elevado porcentaje de ciudadanos –que oscila entre el 70-80% según los países– que teme que las noticias falsas sean utilizadas como armas.
El último informe mundial de Edelman sobre la confianza incide particularmente sobre el fenómeno de la polarización, al que considera causa y consecuencia de la desconfianza global. Concretamente, España aparece como uno de los cuatro países más polarizados del mundo, tan sólo superado por Argentina, Colombia y Estados Unidos. La polarización extrema, asegura el Barómetro, viene motivada por la división ideológica, la incapacidad para generar consensos y la falta de acuerdos para resolver cuestiones esenciales en esos países.
A la luz de los últimos hechos, recuperar esa confianza perdida es uno de los grandes retos de nuestra sociedad y recuperar la credibilidad dañada lo es para el ecosistema de los medios de comunicación. Nos va mucho en el envite, tanto, tanto, como la misma democracia.