Mando único. Único mando
Terminología algo castrense, pero entendible para el común de los mortales. Es una de las características de esta extraña época del virus Covid 19, que nos hemos acostumbrado al uso (y abuso) de términos hasta hace bien poco, alejados de nuestro lenguaje cotidiano. Confinamiento, pandemia, derivación hospitalaria, aislamiento, etc. Y también mando único, que no es lo mismo que único mando.
El mando único puede considerarse como el sistema de coordinación de las diversas autoridades sanitarias y políticas que contempla (sin obligatoriedad de buen rollismo) un mínimo de lealtad institucional para que mediante el diálogo y la colaboración se pongan en común diversas alternativas de actuación y la última palabra la tenga, en forma de disposiciones de carácter general, la autoridad central, en nuestro caso, la estatal, en función del sistema de reparto de competencias establecido en nuestra Constitución. Es decir, el nivel estatal no es el único mando, pues existen varios, pero existe un mínimo acuerdo en que una vez superada la fase de debate, incluso negociación, el mando reside en dicho nivel. No creo que resulte necesario un elevado ejercicio de comprensión para considerar que lo citado se parece mucho a lo que ha existido en nuestro país hasta el pasado mes de Junio. Con las naturales tiranteces y tiras y aflojas, y la no menos inevitable lucha por la obtención de titulares mediáticos llamativos propios de la sociedad del espectáculo en que vivimos, así hemos funcionado y a la vista de la situación actual, yo diría que hemos funcionado razonablemente bien.
Hubo que dejar de funcionar así. La aritmética parlamentaria hacía difícil continuar con las prórrogas del estado de alarma, que de ser el mejor método para actuar, casi pasó a ser, en palabras de sus detractores, un atentado a no sé qué sacrosantas libertades. La situación sanitaria mejoraba en términos sensatos, también gracias a la responsabilidad ciudadana. Y desde el mando único estatal se consideró que era bueno transitar hacia escenarios de cogobernabilidad y corresponsabilidad amplios con los (digámoslo así) restantes mandos autonómicos, detentadores exclusivos de determinadas competencias sanitarias.
El mando único dejó de ser único mando. Para determinados (i)responsables políticos, todo un logro en sí mismo. Alguno, en el paroxismo de la idiotez, llegó a afirmar que desde el poder estatal, se “tuvo que ceder” el mando único. De nota.Dos meses después, nos encontramos con que los demás mandos dimitieron de su responsabilidad, bien por escaqueo, bien por miedo, o simplemente por incompetencia. Ni previeron, ni prepararon, ni planificaron en su mayoría. Dejaron transcurrir el tiempo, al principio amparados en los buenos datos sanitarios, que, como una buena capa, todo lo tapa. Y después, cuando la tozuda realidad sanitaria se fue imponiendo y los datos volvieron a ser preocupantes, volviendo la vista al (¿añorado?) mando único, para que esta vez, si, fuera único mando.
Y en estas estamos. Llega Septiembre y muchas y muchos no han hecho los deberes, ven venir un rotundo suspenso, y en lugar de apretar y trabajar mientras se pueda, están más preocupados en buscar al culpable que los exima de su evidente responsabilidad. Han rehuido el mando, cuando lo han tenido, y ahora esperan que vuelva el mando único a cubrir sus faltas.
Esperemos que (de nuevo, sin obligatoriedad de buen rollismo) la coordinación, el debate y el diálogo vengan a establecer parámetros de actuación asumibles por todas y todos. No es necesario que los distintos niveles administrativos se lleven bien, basta con que no se den patadas en las espinillas de la ciudadanía.