Mi calle
Leo, escucho, veo y oigo, artículos, comentarios, fotos y voces, que se elevan para predecir, aconsejar, establecer y sentenciar lo que está por venir, el futuro siempre incierto sin tener en cuenta el pasado más reciente, lo que de nuevo evidencia que no aprendemos.
Recordáis la no tan lejana “peatonalización” de la Carrera del Darro, aquella que tan gratamente sorprendió a los granadinos que apenas la pisaban y tanto incomodó a los que entonces la habitaban; e indignó a los que todavía la habitamos, a los que ni siquiera se nos tuvo en cuenta a la hora de tomar estas medidas.
Por la calle que muchos catalogan como la más bonita del mundo, sus vecinos pasan y el resto pasea; o no, que en un ejercicio de memoria, debo recordar cuando se prohibió el paso del autobús, del taxi y aún del coche privado a todo residente que aun pagando religiosamente sus impuestos, incluido el de circulación, carecía de plaza de garaje. Qué decir de las señoras, que emperifolladas y subidas a insidiosos tacones, el primer sábado tras la preceptiva prohibición, prestas y dispuestas para ir de boda a la iglesia de San Pedro, después de alabar al Excelentísimo por tan acertada medida, bajaban del taxi en Plaza Nueva despotricando contra el conductor por tener que caminar los metros que restaban para alcanzar el templo. Cómo olvidar la retahíla de insultos, improperios, golpes en el cristal y miradas desdeñosas de aquellos que al parecer, por concesión municipal, se arrogaron la propiedad de la calle, mi calle, y me condenaban por el hábito incívico de dirigirme a mi propia casa.
Cuántas veces habré escuchado al visitante primerizo prejuzgar en voz alta: Esta calle debería ser peatonal. Sí, respondo entre dientes, por si alguna vez en tu vida decides volver a visitarla, y entre tanto, el vecindario avasallado, aislado y jodido. Qué de veces han chirriado en mi cabeza los vocablos: histórico, emblemático, paisajístico, monumental y tal y tal… O enarbolar aquello de patrimonio de la humanidad, aunque la humanidad siga sin hacerse cargo de mis recibos de IBI, luz, agua, o de mi hipoteca.
En fin, no voy a quejarme más por la situación, que ya más de uno habrá pensado eso de que: es lo que tiene vivir en un lugar así. Pues no, es lo que tiene ahora, no hace unos años; o debo decir tenía, porque curiosamente y a raíz del confinamiento a que todos hemos sido sometidos, y todavía después, que podemos salir por fin y allanar espacios más allá de los acostumbrados, la Carrera del Darro es una delicia para pasear y para pasar, que reitero, es lo que hacemos los que en su entorno vivimos. Supongo que estaréis de acuerdo con esta apreciación los que en estos meses la habéis disfrutado y me atrevo a decir, que sin haber analizado el por qué, tan solo habéis hecho uso de la vía para transitarla a bordo de una bici, andorrear, correr por ella o lo que más os haya placido, perfecto, nada que objetar. Sin embargo, mi ojo crítico y observador, ha analizado y consensuado con mis vecinos las razones por las cuales la calle está ahora mejor que nunca, casi como hace algo más de una década, cuando era utilizada por residentes, algún que otro visitante y poco más. Y es que precisamente eso es lo que ocurre ahora que no hay bodas multitudinarias que celebrar, ni turistas, ni estudiantes vocingleros o despedidas de soltero, que a bordo de taxis, buses, motos y demás vehículos que a pesar de las restricciones se cuelan, para invadir un estrecho espacio de paso y alcanzar así el Paseo de los Tristes, el resto del Albayzín o el Sacromonte, para eternizar tardes y noches de jolgorio, que dicho sea de paso, tanto derecho tienen a ello como el vecino a su descanso; pero de esto hablaremos en otro momento.
Ahora solo quisiera terminar, toda vez expuesto mi análisis, que a lo mejor lo que sobra es precisamente el sinnúmero de vehículos que transportan a los foráneos que se niegan a caminar, así que hago un llamamiento a quién quiera o esté en poder de tomar alguna determinación al respecto, para que desoiga las voces externas que pretenden incluso peatonalizar Plaza Nueva y escuche a los vecinos, ciudadanos contribuyentes que con sus impuestos sostienen el barrio, antes de llevar a cabo cualquier medida que anime, aun sin querer, a seguir asfixiando a sus moradores y termine por expulsarlos.