Misterioso asesinato de un estudiante
Por aquellos días, cuando sucedió el crimen que voy a rescatar del olvido colectivo, yo era estudiante en la Universidad de Granada. Me hallaba inmerso en la conclusión del último curso de la carrera de Derecho y tal vez por eso o por la profunda sorpresa que provocó aún recuerdo con nitidez la consternación que se sintió en la comunidad universitaria cuando la mañana del día 17 de febrero de 1987 corrió la terrible noticia del asesinato de un joven estudiante que había sido abatido de un disparo en el portal de su casa sin que nada más se supiera sobre las circunstancias que rodearon su trágica muerte.
Nadie oyó nada
José Antonio Perea Perea, de 21 años, natural de la localidad de Orihuela, Alicante, vivía con sus padres en el pueblo almeriense de Huércal-Overa. Apenas hacía seis meses que había llegado a Granada para estudiar en la Universidad y se había instalado en un piso situado en el número 46 de la calle Buensuceso junto a otros estudiantes. Unos jóvenes educados y sanos que mantenían una buena relación con su entorno y que eran muy queridos por los vecinos. Cuando ocurrió el asesinato José Antonio cursaba primero de la licenciatura de Informática.
Entonces como hoy, pero acaso de modo más intenso, la zona del centro de la ciudad próxima a la plaza de la Trinidad, junto a la cual se encontraba el lugar donde sucedió el crimen, era el lugar de encuentro de la “movida” universitaria, integrada por una turbamulta de miles de jóvenes a los que poco parecía importar que cuando sucedió el crimen fuera época de exámenes y que fuese un día laborable. Tal vez por ello todavía resulta extraño que nadie viese nada y que pudiese facilitar a la policía una pista que seguir y descubrir al asesino, o asesinos, del joven.
Resultaría obvio que de haber ocurrido en otra calle distinta el rumor y el griterío que por entonces rodeaban el entorno de los locales de ocio, muy probablemente habría impedido a cualquiera escuchar la detonación del arma corta de pequeño calibre con la que se le descerrajó el tiro mortal, casi a quemarropa, a la víctima. Pero no era ese el caso de la calle Buensuceso, que a las dos y media de la madrugada, hora aproximada en la que debió producirse el violento episodio que conllevó a la muerte de José Antonio, era transitada por muy pocas personas.
No subía
La madrugada del 17 de febrero de 1987 era martes. La calle Buensuceso apenas registraba el paso esporádico de algunas personas, principalmente jóvenes camino de sus casas o en busca de los locales de ocio. Después de haber estado celebrando con otros compañeros, chicos y chicas, la finalización de un examen, José Antonio pulsó el llamador del portero automático de su casa. Ese fue el último recuerdo que se tiene del muchacho con vida. Pasó bastante rato y como tardara en subir, inquietos por la sospecha de que algo podría haberle sucedido, sus tres compañeros de piso decidieron bajar al portal para buscarlo. Fue entonces cuando lo descubrieron, según dice en el sumario de la causa: “tirado en la acera, junto a la entrada del portal, en medio de un charco de sangre, con un disparo en el pecho”. Se pensó que todavía mantenía levemente algunas constantes vitales, por lo que fue trasladado urgentemente al hospital Clínico de San Cecilio donde ingresó cadáver.
El crimen
Como después se ratificaría por el forense, la policía consideró por simple inspección ocular del cuerpo y el lugar del crimen, que el óbito se había producido a causa de un disparo realizado con un arma de fuego de pequeño calibre. Una pistola corta que habría realizado un único disparo por el que el proyectil habría ido a penetrar en la caja toráxica por el quinto espacio intercostal. No presentaba el cadáver orificio de salida perceptible, por lo que la bala, del calibre 22, se hallaría muy probablemente en el interior del cuerpo joven, como después se confirmaría el resultado de la autopsia practicada por orden del juez instructor. Así como que la víctima había fallecido de modo fulminante al haberle atravesado el disparo el ventrículo izquierdo.
El misterio
La investigación policial desplegada inmediatamente poco pudo esclarecer. Sí que había distintas versiones de los vecinos y los compañeros de piso de José Antonio. Mientras estos decían haber oído llamar una sola vez a José Antonio y no haber escuchado nada más, los vecinos del inmueble y de otras viviendas cercanas de la calle Buensuceso, afirmaron que “sobre las dos y media de la noche escuchamos una detonación como la de un petardazo”, y también que “fueron varias e insistentes las llamadas al portero automático del piso”. Nada hizo sospechar a la policía que alguien del interior del número 49 pudiera tener que ver con el suceso, hipótesis que siempre se baraja en este tipo de acontecimientos pero que se descartó inmediatamente por distintas razones propias de la técnica policial. Eso sí, parecía claro que el asesino, o asesinos, de José Antonio debió sorprenderlo en el momento en que se disponía a franquear la entrada al inmueble.
¿Un atraco?
Según se pudo saber, la noche de su asesinato José Antonio regresó dando un paseo hasta su casa después de haber acompañado a una amiga hasta su residencia en el callejón del Cañaveral, en cuyo portal permanecieron charlando algún tiempo. Había pedido permiso a su madre cuando como de costumbre habló por teléfono alrededor de las diez y media, “para salir a tomar unas copas con unos amigos, dos chicas y otro chico, para festejar lo bien que habían hecho un examen aquella misma tarde”. Según se recoge en la documentación sumarial, los cuatro jóvenes estuvieron hasta alrededor de las doce y media de la noche jugando a una máquina en un conocido bar.
El hecho de considerarse inicialmente la desaparición de una cadena con medalla de oro y un crucifijo de plata que portaba José Antonio y que le había regalado su madre llevo a la policía a reforzar la teoría del atraco como móvil del crimen. A pesar de que el crucifijo se halló más tarde junto en el lugar del suceso y de que el joven estudiante no había sido desposeído de una moneda de 500 pesetas que llevaba en el bolsillo, fue esa la línea de actuación policial, la del posible atraco, en la que se centró intensamente la investigación, tratándose de identificar el arma de la que había salido el proyectil e intentando localizarla en los bajos fondos de la ciudad. En tanto continuaba la investigación siguiéndose la pista de unas huellas dactilares del presunto culpable, la familia del joven estudiante que había sido informada a las cuatro de la mañana, se trasladó a Granada y haciéndose cargo del cuerpo tras la práctica de la autopsia, dispuso su entierro en la localidad de Orihuela.
La detención de los culpables
La actuación policial dio resultados pronto, en un mes. En medio de un silencio mediático tras el que se ocultó la ardua investigación policial, el que había sido calificado ya como “misterioso asesinato de un estudiante” quedó resuelto. El caso, que conmocionó a la opinión pública granadina, fue difícil de resolver por las circunstancias que lo rodearon, principalmente porque no hubo testigos ni un móvil claro, pero finalmente quedó esclarecido y los responsables fueron detenidos.
En marzo la policía detuvo a Francisco Javier Butgardo “El Quisco”, de 24 años, como autor del disparo. Y cinco jóvenes más pasaron a disposición de la justicia implicados en delitos de asociación de malhechores, robo, homicidio, tenencia ilícita de armas y encubrimiento de delito.
La condena
En el juicio por asesinato que se celebró en la Audiencia Provincial en marzo de 1990, tres de los seis jóvenes acusados fueron absueltos, entre ellos, Juan Jiménez Muñoz, que fue declarado inocente tras pasar tres años en la cárcel. Lamentablemente la justicia muchas veces se equivoca, pero a la postre, tres de los cinco procesados fueron condenados a penas de 104 años de prisión, por el asesinato del joven estudiante José Antonio Perea Perea.
El móvil principal del crimen no fue el atraco, el robo con violencia, sino la intimidación pura y simple de un joven por un grupo envalentonado por sus fechorías.
Quiero opinar sobre si Granada es o no de derechas y pienso que cuando el Ayuntqmiento se digne tener en cuenta a los ciudadanos que viven en la parte norte de Granada,con grandes avenidas abandonadas,con bancos que dan pena…..posiblemente otro gallo cantaría.
Estas gentes,que también son personas,merecen ser tratadas de otra forma.