Movilizaciones agrarias: de la solidaridad al cabreo
No es buena idea cabrear a tus aliados y menos aún hacerlo de forma absolutamente innecesaria. Lamentablemente es lo que ocurrió ayer en la histórica movilización del campo granadino, que se tradujo en la llegada a la capital de más de un millar de tractores y 17.000 agricultores que contaron con la simpatía y el apoyo general de la ciudadanía, que se solidarizó unánimemente con las demandas de los manifestantes.
Conscientes de la justicia de las reivindicaciones del campo, los granadinos asumimos solidariamente que el miércoles iba a ser un día complicado, dando por buenas las molestias previsibles y aceptando los trastornos que una movilización de estas características, iba a provocar en nuestra vida cotidiana.
Somos conscientes de que movilización social es un medio para promover, contribuir e impulsar una transformación social. Una herramienta para alcanzar unos objetivos y para visibilizar un problema y de que la calle es el espacio principal de la movilización social y por lo tanto es importante ocupar el espacio público, como escenario legítimo de expresión accesible para toda la comunidad.
Por todo ello los granadinos dieron por buenas las dificultades previsibles, para de esta forma mostrar su apoyo a quienes exigen la más elemental justicia para su trabajo y se prepararon para una mañana complicada. Dejaron el coche en casa, se levantaron antes de lo habitual para acudir al trabajo andando o en transporte público, pospusieron muchas gestiones para otros días y se dispusieron a volver a la «normalidad» pasadas las tres de la tarde, hora en que los convocantes de la movilización habían anunciado que concluiría.
Pues bien, los granadinos cumplieron y los manifestantes no. A la hora en que debería haber terminado la movilización, estalló el caos, con cortes indiscriminados de los puntos neurálgicos de la red viaria, sumiendo a la ciudad en un pandemonium injustificable que se prolongó hasta más allá de las nueve de la noche.
Con esa torpísima actuación, la solidaridad, la simpatía y el buen rollo que los granadinos habían mostrado hacia los manifestantes y sus reivindicaciones, se tornaron en cabreo e indignación general. Mal, muy mal calcularon para los intereses de los agricultores, quienes pensaron que era una buena idea liarla parda en Granada.
Conviene recordar a quienes ayer incumplieron su palabra, que ninguna movilización se puede ganar con la opinión pública en contra de quienes la protagonizan y que con el innecesario caos provocado en la ciudad, empezaron a dilapidar el enorme caudal de simpatía que Granada les hizo llegar por la mañana. Mala cosa.
Pero es que además, los tractores cortando carreteras o recorriendo las calles de las ciudades, están alterando la vida cotidiana y desde luego deteriorando la imagen del actual gobierno, mientras los auténticos responsables de la crisis de la actividad agraria parecen irse de rositas. ¿No les parecería mucho más lógico que los tractores se hubieran concentrado en las sedes patronales y las de quienes marcan los precios de compra a los agricultores y de venta a los consumidores, los Mercadona, Carrefour, Lidl, Supercor, etc?
No se trata de descalificar la movilización agraria, de la que me confieso absoluto partidario. Hay muchos problemas en nuestro campo, que explican el malestar de los agricultores y a los que, por supuesto, hay que dar soluciones rigurosas, huyendo de planteamientos demagógicos. Por eso hay que evitar que la opinión pública se vuelva en contra de las reivindicaciones de nuestro campo y para ello el mejor camino, no es precisamente el emprendido ayer en Granada.
Las soluciones no son fáciles ni rápidas. Pero no sirve errar el tiro, tomar como rehenes a los ciudadanos, automovilistas y transportistas, insultar groseramente al vicepresidente de un gobierno que ha respondido en mes y medio a los agricultores, abriendo un inmediato proceso de encuentro y negociación, algo que no hizo el anterior en siete años.