Mucho Motril

Cualquier comarca cuenta con un pueblo, o dos, sobre los que cargan las tintas satíricas y ácidas los de su entorno, a veces con reciprocidad. Un ejemplo es Lepe, que ha traspasado las fronteras de la Tierra Llana, Huelva y Andalucía para convertirse en referente nacional de lo tosco, lo rudo y lo basto en clave jocosa, en deportiva competencia con Bilbao. En Graná, este papelón lo desempeña Motril, que ha rebasado la frontera de la Costa Tropical y añadido a las cualidades atribuidas a Lepe la malafollá del terreno.

“Motril es mucho Motril”, dice su gente sacando pecho, y el dicho ha quedado como eslogan polivalente de la Marca Motril. “¡Mucho Motril!”, corea el público en cualquier evento y lo exclama el motrileño orgulloso de su pueblo a nada que se le presente la ocasión. Motivos hay para ello. La ciudad de las mil industrias, la principal el puerto, sin olvidar la vega y el ron, es hoy, como España, un compendio de lo que fue, de lo que pudo ser y de lo que no es ni será. Glorias de un pasado ya lejano, polvoriento y olvidado.

Corren decenas de chascarrillos que hablan de sus gentes, desde la célebre Caramba (“Lo cierto es que María Antonia / renegó de los madriles / y cambió el traje de maja, / por unas tocas monjiles”), al pianista motrileño que, en lugar de acercar la banqueta al piano de cola, arrastraba el instrumento hasta dejarlo a la distancia adecuada. A su historia reciente pertenece la rebelión de ediles de la Costa Tropical contra los dictados de Sevilla que el imaginario popular recuerda, ¡cómo no!, como la rebelión de los “catetos”.

Para su desgracia, Motril sufre un infortunio de bochorno e indecencia que la ha situado en el mapamundi de la vergüenza. Motril es mucho Motril para lo bueno y lo malo. Las obscenas escenas del experto en cabildeo y Medalla de Oro de la ciudad se han agravado con su huida hacia delante, engorilado, como un matón pillado con las manos en la masa a un metro de la Casa Real. Para colmo –¡Berlanga vive!– salen a escena la madre, parte de la familia y un elenco de figurantes para devaluar las glorias motrileñas.

No acaba ahí el esperpento. Izquierda Unida ha propuesto la retirada de la medalla y Motril vuelve a demostrar que es mucho Motril. Chamorro, la que paga sus condenas con dinero público, dice que lo va a pensar, como lleva años pensando si quitarle la suya a Franco sin decidirse. La medalla va camino de ser de oro del que cagó el moro. En el ínterin, Rubiales ha encontrado el apoyo de otro dinosaurio machista reacio a extinguirse: Antonio Escámez, concejal de Más Motril, para quien no ha pasado nada.

Al recibir la medalla el interfecto, lo hicieron también el Hospital Santa Ana y los Centros Sanitarios, hoy destrozados por el partido de Chamorro sin que nadie salga a la calle ni se encierre para defenderlos y con el silencio cómplice de Escámez. Como es norma en las derechas, la Salud y la Educación del paisanaje deben ser convertidas en negocios al servicio de la élite que cuenta con dinero suficiente para acceder a ellas. A fin de cuentas, es lo que ha votado la ciudadanía motrileña para Motril y Andalucía.

Los fósiles de aquellos catetos que en los 80 dieron jaque al PSOE sevillano han mutado con los años y cuesta hoy identificar en ellos algo distinto a la tradicional derecha corrupta y casposa ejemplificada por la musa de la manada, un tal Benavides. ¡Qué vergüenza para Motril! ¡Qué peligro, para las motrileñas y las mujeres en general, los tiranosaurios como Rubiales, Chamorro y Escámez! Debieran sopesar cambiar el nombre al partido: “Más Costa Jurásica”, “Jurassic Motril”, un buen gancho para el turismo de cruceros.

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