Mulatu Astatke: Una noche en Addis Abeba
El veterano músico etíope dice siempre que las músicas, tal como las conocemos, surgieron en África, y la paleontología humana lo confirma ya que todos lo hicimos también. Incluido aquel hombre que “con piedras y con palos inventó el rock and roll”, como cantaba lapido. También el Jazz obviamente.
Teniendo delante al octeto de Mulatu, un bandón de una presencia exuberante, cabe preguntarse si hemos conocido la historia al revés: ¿qué fue antes, la ‘Noche en Túnez’ de Gillespie (1942) o lo que sonaba en El Majuelo sexitano en 2022?
A si provecta edad, este multinstrumentista, compositor y arreglista de Addis Abeba está recogiendo todo lo sembrado en sus muchos años. Y no son semillas de Monsanto, esas que no tienen más que una vida: llena donde va, incluida Almuñécar. De gente, además encantada de conocerlo en persona y dispuesta a disfrutar como en pocas noches, y es que la música de este equipo, es eso básicamente, disfrutona. Incluso bailable, con esa mezcla de ritmos centroafricanos, gnawa, soul, funk y caribeños, todos fruto de la diáspora imperativa de los africanos por el mundo.
Mulatu ejerce sobre todo de figura venerable, más valorable con el vibráfono que con las congas, bongós y pailas, y mucho más que con el teclado eléctrico o el paino. Los muy trotados 78 pesan obviamente, si bien estuvo más de hora y medio de pie el hombre, manteniendo el tipo al frente de su gente con su chamarrilla de cuero y una bufanda con los colores de la bandera etíope, rojo, amarillo y verde, como bien saben los rastafaris.
Quien le ha escuchado en alguna ocasión anterior (o le haya visto grabado en internet) se habrá dado cuenta de las escasas variaciones de su libreto: toca lo que tiene que tocar, sus ‘grandes éxitos’; intercambiando, eso sí, la nómina de músicos, casi todos de la escena británica (tiene una banda de confianza en cada continente). Algo obvio en el perfecto entendimiento de los diversos elementos. Él, por su parte, tiene el detalle elegante de presentar, en vox muy bajita cada pieza, relatando algo de su historia, y presentando a los músicos que solean en cada número. Y hubo una pieza para cada uno.
El Jazz etíope, que él diseñó encontrando el punto medio entre las escalas africanas y las occidentales, se monta en una fritura de percusiones ondulantes como dunas (con todo tipo de golpeable: batería, congas, chekeré, qaraqab, parlante… ) que pueden durar si se lo proponen toda una vida, consiguiendo por repetición un acorchamiento sensorial, como bien saben los seguidores del Trance o los místicos derviches. Sobre esa base rítmica insistente y persistente van creciendo las intervenciones solistas. A destacar las muy embopecidas de los metales (James Arben y Byron Wallen), que también soplaban flauta y ocarinas varias, y la sorpresa de un chelista enfurecido (Danny Keane), atacando más que tocando un instrumento normalmente más meloso y no abundante en el Jazz. El resto puro ritmo enfurecido en múltiple formación.
Entre las piezas más familiares estuvieron obviamente ‘Yegalle Tizeta’ y ‘Yèkèrmo Sèw’, de la película ‘Broken Flowers’ fue un momento especial para algún cinéfilo se acordaba/soñaba de/con Sharon Stone; y tirando de cine fue reconocible en ‘The Way To Nice’ una figura que guiñaba al tema de 007, sobre el golpe de piano casi de homenaje a Tito Puente (o al revés, como ya hemos comentado). Y entre tanto afrolatinfunk deslumbro también con las emociones débiles de la bellísima ‘Motherland’ un casi bolero.
El concierto terminó con el público de pie ovacionando a la tropa de Mulatu y pidiendo más, que no hubo, pero a media noche ya los cuerpos ancianos no dan para tanto. Sin embargo, y por razones, obvias, quedará en el recuerdo del millar muy largo de personas que allí estuvieron. Por el paseo de san Cristóbal, un padre le decía a sus hijos, muy chavales: “no lo olvidéis esa música que tanto os ha gustado tanto se llama Jazz. Ha sido vuestro primer concierto de Jazz”. La vida sigue.