Municipalismo de verdad
Suele ser muy recurrente invocar el nombre del municipalismo, normalmente en vano. Es un término que viene muy bien en según que circunstancias y ante determinados debates políticos o institucionales. Nada más fácil que proclamar o autoproclamarse «municipalista», es fácil, es un palabro que viene bien, normalmente no precisa muchas explicaciones ni aclaraciones, y quienes se denominan así, parecen adquirir, como por arte de magia, una pátina especial, no se sabe muy bien si de credibilidad, de autoconfianza, de modernismo o simplemente de moda pasajera.
La verdad es que el asunto es bastante más complicado y abarca una amplia gama de postulados, propuestas políticas no siempre cómodas ni fáciles de conllevar y bastante valentía a la hora de profundizar en el significado y sentido del término.
Evidentemente, ser municipalista no es reunirse ni rodearse de alcaldes, alcaldesas, concejalas o concejales, para los fines que sean. No lo es el compartir reflexiones ni fotos con ellas y ellos. Eso es otra cosa. Tampoco es ser municipalista el hecho de visitar o estar en varios municipios. Eso será ser viajero o viajera, pero no municipalista.
Hoy, ser municipalista es básicamente no ser centralista. Ni del Estado ni de las comunidades autónomas. Gobierne el partido de tu agrado o el contrario. Es exigir financiación cierta, contante, sonante e incondicionada. Financiación que obviamente, ha de detraerse de las arcas estatales o autonómicas. Es, por consiguiente, renunciar a manejar el control de los fondos, y cederlo a los entes locales, en el convencimiento de que la gestión ha de corresponder al nivel más cercano a la ciudadanía. Por tanto, como decía, no es fácil. Es bien conocido el afán del nivel regional por acaparar toda la financiación que se consiga del Estado y no cederla. Pues ser municipalista es cederla, y además, con gusto y convencimiento. Para que de verdad se gestione en y desde el municipio.
También ser municipalista es ser capaz de entregar protagonismo político a las autoridades locales, que se convierten así, no en meros gestores, sino en actores políticos fundamentales, capaces de dirigir, de marcar estrategias y directrices. Y capaces de imponer el rumbo de las políticas que se desarrollan en el nivel autonómico, marcar las agendas estratégicas y el destino de las inversiones. Lo mismo a estas alturas del artículo a alguien se les van quitando las ganas de ser tan «municipalista». Insisto, no es algo que se proclame o se entone, es un convencimiento político y estratégico, es reconocer igualdad de interlocución al nivel local, si de verdad lo pensamos así.
Ciertamente, el debate autonómico en España empaña, en cierta manera, el verdadero debate municipalista. Hay que reconocerlo y asumirlo, pero no parapetarse tras la «compleja realidad autonómica», «el asunto catalán, o vasco, o madrileño» para evadirse del verdadero trasunto que es económico, que es financiero, que es competencial, que es político, y que, en el fondo, es reparto de poder. Y cuando de repartir el poder se trata, ya sabemos que no bastan las proclamas oportunistas ni los eslóganes más o menos recurrentes.
Por tanto, seriedad y rigor, que la ciudadanía ya no se traga cualquier milonga que se le diga. La gente, mujeres y hombres, al final, vive y reside, trabaja y descansa, en un municipio, que precisa servicios y entornos habitables, saludables y confortables. Infraestructuras adecuadas, de transporte, limpieza, atención social y comunitaria, etc. Y capacidad de determinar su futuro.
Hagamos planteamientos municipalistas basados en realidades tangibles y políticas decididas, y no en meras palabras coyunturalistas.