Música sí pero no así
Por todos es bien sabido que la contaminación acústica en las ciudades es un problema ya de salud pública y como tal lo define la OMS, por lo perjudicial que puede resultar para el ser humano ya sea en lo fisiológico, cuando se superan los decibelios; psicológico, en cuanto a que puede producir estrés, alteraciones del sueño, depresiones, disminuciones de la atención; metabólico, con influencia, por ejemplo, sobre la hipertensión o la diabetes; e incluso, podemos decir, sociológico cuando produce alteraciones en la comunicación o el rendimiento de las personas. Un problema que también hay que decir que no solo nos afecta en Granada, sino que, está ocurriendo en todo el ámbito nacional, siendo ya numerosísimas las asociaciones y plataformas ciudadanas que se han creado para combatirlo, o que se están asociando a la Federación de Asociaciones Contra el Ruido.
La OMS afirma que más de 1000 millones de personas de edades comprendidas entre los 12 y los 35 años corren el riesgo de perder la audición, debido a la exposición prolongada y excesiva a la música y otros sonidos recreativos como pudieran ser bares, conciertos o grandes eventos de ocio. La ONU nos dice, nada más y nada menos, que “la contaminación acústica es el ‘asesino escandaloso’ en las ciudades”. Durísima advertencia que ha plasmado en su nuevo informe sobre problemas medioambientales de esta agencia en la que afirma que “la exposición continuada a sonidos por encima de los 55 decibelios dañan la salud a largo plazo”, un límite que se supera fácilmente al ir a un bar, o dar un portazo en casa.
La Sociedad Española de Acústica (SEA) hace especial mención a los niños: “Numerosos estudios demuestran la aparición de problemas cognitivos en edad escolar, como carencias en la comprensión del lenguaje y la capacidad lectora, dificultades para la resolución de problemas y falta de atención y memoria”. En definitiva, el ruido nos resta años de vida. Algo para lo que también aporta datos la OMS: “En Europa se pierden cada año aproximadamente un millón y medio de años de vida saludable de sus habitantes debido a la exposición al ruido, entre años perdidos por muerte prematura y años vividos con baja calidad de vida” o que “la contaminación acústica provoca 12.000 muertes prematuras al año en la Unión Europa y afecta a uno de cada cinco de sus ciudadanos”
No obstante, cada año, ciudadanos, entidades, administraciones y medios de comunicación, perdemos la oportunidad que nos brindan celebraciones como la del Día Internacional de la Audición, que fue el pasado 3 de Marzo, cuyo lema este año ha sido: “Para oír de por vida, escucha con cuidado!”. O del Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, que se celebra cada año el último miércoles de Abril, que para este 2022 será en el día 27, y que, quizás, estemos aún a tiempo de aprovecharlo para reflexionar sobre qué estamos haciendo, o cuándo vamos a empezar a tomar medidas efectivas, más allá de “saber que es malo” pero “no hago nada por solucionarlo” o, lo que es peor, “hago todo lo contrario”. Cuando debería ser algo que ya debiéramos tener presente todos, todos los días y a todas horas o a “24/7”, como dicen ahora nuestros jóvenes.
Quizás habría que crear un Día Internacional Contra la Procrastinación, por cierto, palabra impronunciable que ya produce pereza nada más verla y que no sé por qué pretende sustituir a la de “dejadez” de toda la vida. El caso es que todos hacemos poco o nada por mantener esta conciencia, y los pocos que hacen algo, ven cómo sus acciones quedan siempre ensordecidas con el ruido que acostumbramos a generar y al que, al parecer, no estamos dispuestos a renunciar, hasta que llega a la puerta de nuestras casas, se desparrama por nuestro salón como un monstruo informe y entonces, eso sí, es cuando empiezas a encontrarle esos matices de patología.
Cualquier medida de las administraciones que ponga límites a los espacios públicos puede ser muy impopular, cierto, pero muchas veces me pregunto hasta qué punto hay derecho a sacrificar día a día la salud de los cientos de miles de ciudadanos que habitan los cascos antiguos y barrios históricos de nuestro país por si a los demás, que no vivimos en ese lugar, nos da por ir un día de paseo o estancia ahí. Y es que el problema no es solo administrativo, falta en la sociedad mucha conciencia, empatía y respeto por los demás, y sobra muchísimo individualismo moral y desprecio por lo ajeno. No hay policía para eso.
La semana pasada pudimos ver en prensa como la cada día más creciente plataforma de Afectados por el Ruido de Granada planteaba sus demandas y exigencias al Ayuntamiento o cómo los vecinos del Albayzín se quejaban del abuso continuo que vienen haciendo algunas empresas de tours llevando grupos turísticos con altavoz, o guías que parecen que se han tragado uno.
Despedidas de soltero, músicos callejeros con amplificador o que te meten la guitarra hasta en el plato cuando estás tomándote una cerveza en una terraza, vecinos que no pueden hacer ningún tipo de actividad en sus casas que suponga algo de concentración tales como charlar, leer, estudiar, ver la tele, o simplemente pensar. Y no digamos ya cuando el ruido no te deja descansar por las noches y al día siguiente tienes que rendir. Quejas no faltan y argumentos tampoco. Aun así, el Ayuntamiento acaba de dar 167 licencias para artistas callejeros que en teoría solo podrán utilizar 31 puntos de nuestro callejero, normas y enclaves que no se respetan por muchos artistas, ni se controlan por parte de la administración.
El pasado 10 de Marzo, acabó el plazo de alegaciones para la consulta pública sobre la modificación de la Ley del Ruido en España, en lo referente a zonificación, objetivos de calidad y emisiones acústicas. De nuestra querida Granada me consta, ha participado en esta convocatoria enviando sus propuestas, la incansable Asociación de Vecinos del Albayzín, que como alguien sugería hace poco, “los albaicineros, más que vecinos, son ya militantes” del barrio, pero como bien dicen ellos, “de nada sirven las leyes, decretos y ordenanzas si nadie las cumple, ni nadie las vigila”. No obstante, abren un debate con su perspectiva de barrio viejo, guardián de nuestro patrimonio material e inmaterial, y sufridor de abusos constantes en mor de la economía granadina, emergida y sumergida, cuanto menos interesante.
Y es que parece que en nuestro acervo intelectual cuando hablamos de ruido en las ciudades siempre pensamos en esa especie de murmullo de fondo que produce el tráfico, las charlas y gritos de la gente en las terrazas o en la puertas de los pubs y la maquinaria de las obras. Pero ¿qué pasa cuando se trata de sonidos que no deseas y te imponen desde fuera lo que has de escuchar en tu casa, a una hora o momento elegido por otro, con sonidos que te secuestran tus sistemas cerebrales, como así lo hace la música, por ejemplo, para otros fines totalmente imprevisibles y ajenos a tu voluntad, y que te roban tanto la libertad y paz de tu hogar, derecho inviolable en la Constitución, como tu salud como ya hemos visto hasta aquí, y en un horario que establece la administración como adecuado, y el de más allá que establece el desconsiderado emisor? ¿De verdad creemos que hay horas adecuadas para estas emisiones si tienes un bebé en casa, un enfermo o tienes que estudiar o teletrabajar?
Lo que sí parece a todas luces totalmente absurdo es que para abrir un local haya unas exigencias de insonorización estrictas que todos han de invertir y cumplir y en cambio, se permita sacar la actividad ruidosa a la calle, sin ningún control, ni consideración alguna a la habitabilidad de las ciudades. Tampoco se entiende que nos empeñemos en llevar este tipo de manifestaciones artísticas a zonas tan sensibles a la acústica como puede ser nuestro querido barrio del Albayzín que ya tiene su propio patrimonio sonoro y que cada día destruimos e ignoramos más, y que por su orografía, su estructura urbana y sus materiales de construcción, que no tienen las características de insonorización que exige la normativa en las nuevas edificaciones, y en cuyas puertas empiezan sus viviendas, sus viejos muros y maderas actúan como auténticas cajas de resonancia, por lo que no parece lógico que nos veamos con el derecho de convertir esos hogares en lo que sería el mismísimo infierno.
Es inadmisible que músicos, muchos de ellos sin licencia, con amplificador incluido, algunos de muy dudosa calidad artística, bajo la errónea premisa de que cuanto más gritan mejor cantan, o cuanto mayor volumen mejor se escucha, actúen en espacios públicos no autorizados en barrios residenciales y lo que es peor, entre las recoletas calles y placetas albaicineras, utilizando sus empedrados como escenario y las puertas, ventanas y fachadas de las casas de los vecinos como decorados, dejándolos totalmente indefensos dentro de sus propios hogares ante una agresión acústica continuada en forma de asalto a la intimidad del hogar y sin ofrecer ningún tipo de vigilancia y control municipal, permitiendo que las calles albaicineras sean el paraíso del abuso y sus ciudadanos las víctimas de nuestros abusos.
La cuestión es sencilla, ¿queremos que Granada sea una ciudad habitable y habitada? Pues igual que en otros tiempos se tuvo que sacar a las industrias de las ciudades por la contaminación, habrá que plantearse sacar a esta «música» de sus calles. Crear escuelas, laboratorios, viveros, centros de espectáculos, o espacios abiertos alejados de residentes donde los artistas puedan expresarse con su libertad y ser escuchados por el público que se merezcan, sin obligar a nadie que no quiera a oírles, porque eso tampoco es bueno para el arte.
Nos gusta la música, sí, pero así,no. En el Albaizyn, molesta.