Nos quitan la sanidad
Acude a Urgencias con alarma y la desazón de una larga y penosa enfermedad rondando la cabeza. Intranquiliza la SER al hablar del último desvío presupuestario de Moreno Bonilla a la sanidad privada. Activa el CD y saluda Serrat: “…recíbelo como si fuera fiesta de guardar. No consientas que se esfume, asómate y consume la vida a granel. Hoy puede ser un gran día, duro con él”. En Urgencias, una enfermera decide la gravedad de las angustias. Hoy puede ser un gran día, aún no piden otra tarjeta que no sea la sanitaria.
Un gran día con un cuarto de la sala de espera libre, sin gente de pie como casi siempre a las cinco de la tarde. En el gran día, la megafonía anuncia el número impreso en la pulsera identificativa a los quince minutos de haberla recogido en Admisión: “P 036, Pase a Clasificación B…”. Ofrece a la enfermera la versión ampliada de la dada en Admisión mientras su acompañante buscaba aparcamiento fuera del Hospital cuyo amplísimo parking tenía desocupado más del 50%, un aparcamiento de los más grandes y el más caro de la ciudad, negocio a costa de pacientes y trabajadores.
De Clasificación, a la sala de espera de consultas y su paisaje habitual de sillas agolpadas y acompañantes de pie. La megafonía canta los números para el sorteo de la atención especializada. Un gran día: “P 036, Pase a Consulta 12…” tras sólo media hora de espera. Tres irrupciones de batas en la consulta pidiendo ayuda empiezan a sembrar dudas sobre el gran día. Falta personal. “Vamos a sondar”, resume la doctora. “Vaya a la consulta 13”. Dos enfermeras esperan con sonda, jeringa y botes para analíticas. El proceso es interrumpido cuatro veces por batas de otras consultas pidiendo ayuda. Falta personal. El gran día se diluye tras siete pinchazos sin encontrar vena y la denegación de auxilio por la compañera de otra consulta. Falta personal. El octavo intento da para llenar los botes y la sonda entra a la primera.
Un celador conduce la camilla a la sala de “Sillones” donde una cuadrilla de enfermeras y auxiliares atienden el catálogo de dolencias que ocupan quince plazas en apretada vecindad. Aparcada la camilla y la angustia en la plaza libre, enchufan a la vía un calmante y una bolsa de lavado vesical. Toman las constantes entre espasmos. ¡¡A la mierda el gran día!! Inspira, expira, inspira, expira… diez segundos de angustia y remite el dolor, secuencia que se repetirá cada hora u hora y media a lo largo de la larga noche.
Apagan luces y tres personas quedan a cargo de dolores y miedos. Falta personal. Cinco botes de calmante y dos bolsas de lavado después, una brigada multidisciplinar interpreta una coreografía que permite, en apenas media hora, cambiar la ropa de sillones y camas, asear a los ocupantes, servir el desayuno y tomar constantes y muestras para nuevas analíticas. Como llegaron, salen de escena y empieza otro gran día. Llega un médico, pregunta, escucha, explica, responde y propone el alta. Avisa para que vengan a recogerla y, en cinco minutos, retiran la vía y la sonda, se viste y sale en silla de ruedas al exterior. El aparcamiento luce medio vacío mientras los usuarios queman combustible y tiempo buscando sitio gratis en el exterior, con suerte a doscientos metros del hospital.
Atrás quedan los rostros y los cuerpos castigados por la fatiga que no renuncian a la sonrisa y el sobreesfuerzo para atender médica y psicológicamente a la ciudadanía. Falta mucho personal. Y faltan humanidad y vergüenza por parte de quien no invierte lo que debe y tiene en la Sanidad Pública, del responsable del deterioro intencionado de los servicios públicos en Andalucía, de quien empuja a cientos de miles de andaluces hacia la estafa de los seguros privados. En primera instancia, hay que señalar a Bonilla y su gobierno pero, en última instancia, es culpa de quienes lo han votado y no protestan.
Antes de votar tendríamos que pensar que en España hay unos 2 millones de parados , en el mejor de los casos, y que estos carecerían, además de su trabajo, de dinero para ofrontar una eventual enfermedad. No lo pensamos porque lo que está ocurriendo con la sanidad pública es como el relato casi manido de la cocción de la rana. Otra causa es que la sanidad pública en España es una red que se encuentra entre la enfermedad y la muerte para todos. Si una persona que tiene un seguro privado no puediese volver a la pública hasta un determinado plazo y cotización, todo sería diferente, más real.