Otoño en perspectiva
Acaba el otoño, o empieza el invierno, que tanto da. Es cuestión climatológica o lo será, pero el caso es que pareciera que el final de este otoño nos ofrece una perspectiva curiosa de la actualidad política, como si la caída de la hoja (de todas las hojas) resultara mucho más que un mero hecho físico que ocurre todos los otoños. Cómo si este otoño de 2024 nos quisiera demostrar, con perspectiva, que todas las hojas de todos los árboles de todos los bosques han caído, y el viento se las llevará y los árboles lucirán desnudos, para que se les pueda ver el esqueleto y casi el alma. Y ya no sea posible disimular ni ocultarse bajo las hojas, bajo ninguna hoja. Me parece que es un símil apropiado para apuntar algún detalle de la actualidad política, a todos los niveles.
El árbol de Cataluña luce impoluto, nítido, claro. Ofrece una sociedad normalizada, hasta dónde se puede normalizar una sociedad hace apenas un tiempo muy desnormalizada. Con sus cauces institucionales y ciudadanos funcionando. Con actividad diaria intensa y productiva. Sin las hojas de la verborrea y los cantos de sirena tan habituales no hace tanto, que han sido barridas por la acción paciente y constante del diálogo no siempre fácil y del acuerdo complejo entre diferentes, que además desconfiaban entre sí. Eso no quiere decir que hayan dejado de existir quienes piensan en una solución independentista, pues pensar es libre. De hecho, tan no han dejado de existir que, pese a determinadas exageraciones teatrales dirigidas a un público muy concreto, ahora son calificados de «gente honorable, coherente y hasta simpática» por quien hace apenas unos meses los quería meter en la cárcel e ilegalizarlos. Hasta ese punto ha llegado la barrida de las hojas en el árbol catalán. Pudiera ser que el futuro nos deparara algunos pasos más en ese acercamiento entre los independentistas y quienes querían acabar con ellos hace poco. Pero no duden que ello se debería al sagrado interés nacional. Ese que no hay otoño que pueda con él.
El árbol de la independencia del poder judicial (que no de la independencia de los jueces y las juezas) también se ha aclarado bastante con el otoño. Yo creo que deben quedar no más de dos o tres mil españolas y españoles (de entre los casi 49 millones que somos) que no alberguen alguna duda sobre la existencia de hojas sobrantes en ese árbol, y sobre la necesidad de que, quizá, el viento otoñal que hubiera de dejar ese árbol desnudo y transparente, fuera algo más huracanado. Para que el árbol luciera impoluto, fuera digno de admiración y mostrara, sin pudor, sus ramas limpias y dispuestas a volver a florecer. Porque es evidente que ese árbol, como todos los árboles, volverá a florecer, y sería bueno para su propia credibilidad como especie vegetal, que lo hiciera limpio de polvo y paja.
El árbol de nuestra salud democrática es quizá el que más hojas ha perdido, de modo que se aprecia en su integridad todo su entramado de ramas sin hojas, todas las conexiones de su esqueleto y hasta los circuitos por los que discurre la savia. Mejor imposible, salvo para quienes viven del follaje intenso, de la acumulación de hojas ya inservibles y caducas, y de la acumulación de sombra que, siendo útil para los calores, impide ver la luz. Hay quien añora los llamados felices tiempos de las mayorías absolutas. Esos tiempos en que la llamada apisonadora del partido gobernante apenas dejaba respirar a las legítimas minorías, políticas o territoriales, cuyas demandas quedaban sepultadas y tal y tal. Ahora, ya despojada nuestra sociedad y nuestro parlamento, de tamaña desmesura e iniquidad, gozamos de un sistema parlamentario vivo, dinámico y cambiante, incluso a veces oscilante, en el cual, incluso, llega hasta a ser impredecible el resultado de alguna votación.
La verdad es que no sé dónde iremos a llegar en tal desatino. El árbol se puede apreciar desde todos sus ángulos, se le ven las «costuras» al mismo, pues no le quedan hojas que lo tape. Inaudito. A ver si el invierno nos trae algún remedio, porque a cierto tipo de españolas y españoles les va a dar un soponcio de pluralidad. Y me dicen que tiene difícil cura.
Y el último árbol que se ha quedado sin hojas es el granadino o nazarí. El de la Plaza del Carmen, sede de nuestro Ayuntamiento. Ha sido tal el huracán que las hojas ya están por Motril. Entre presentaciones de la cabalgata de Reyes, presentaciones del cartero real, nuevas presentaciones del heraldo real, y la que falta de los pajes del heraldo, así como todos y cada uno de los séquitos de todos y cada uno de los pajes de todos y cada una de sus majestades, se nos ha ido el otoño, y no se yo que nos quedará para el invierno. Imposible imaginar en que va a gastar su tiempo nuestra gobernante alcaldesa y su equipo, ahora que las hojas desaparecieron del árbol municipal. Total, para lo que queda por hacer. Nada que reclamar ni que reivindicar ni que defender ni que solucionar en la ciudad, ni que proponer para el futuro. Este árbol resulta muy desolador.
De modo que, estimadas lectoras y estimados lectores, deseemos que el invierno nos traiga un agradable renacer, y que algunos árboles florezcan. Otros, sería mejor que permanezcan libres de hojas.