Pasó hace 50 años
La pasada semana tuvimos una comida muy especial la pandilla de amigos de hace ahora 50 años. Fue mi primera y principal pandilla. Éramos de la quinta del 57 todos menos uno. “Hey” era el alias con el que nos identificábamos. Algo aparentemente simple, pero que también invitaba a enfrentar los momentos difíciles con valentía y optimismo, como la famosa canción de los Beatles. Nos habíamos conjurado para que nuestra amistad perdurara a través del tiempo. Desde entonces no habíamos coincidido en un evento similar todos juntos. Sí nos habíamos visto. Incluso algunos vivíamos en el mismo municipio. Pero cada uno estábamos en nuestras cosas. De lo que se trataba era de revivir, en la medida de lo posible, los inicios de aquella amistad, que pese al paso del tiempo y a los distintos caminos emprendidos por cada uno de nosotros, algunos creíamos que se mantenía.
Comidas de este tipo suelen ser habituales. Compañeros de colegio, de universidad, de la mili, de empresa. Hace unos años tuvimos una reunión los antiguos compañeros de colegio. Algunos no nos veíamos desde que estudiábamos los primeros cursos del antiguo bachillerato. Al principio todo era expectación. Es importante destacar que, al contrario de lo que ocurre con los pequeños grupos de amigos, cuando las reuniones son muy amplias, también sirven para encontrarnos con nuestros antiguos enemigos y revivir las frustraciones, los enfrentamientos y los problemas de aquellos años, que no siempre son agradables de recordar.
Un amigo de entonces, de profesión psicólogo, se negó a asistir. Cuando le pregunté la razón, me explicó que estas reuniones solo servían para engañarnos a nosotros mismos, pues intentaban reproducir algo que nunca más volvería a suceder. Una especie de viaje en el tiempo para hacernos creer que era posible un replanteamiento de nuestras vidas. En aquella reunión tuve, además, una extraña sensación. Los veía a todos mucho más viejos y deteriorados que yo. Aunque se tratara de un simple efecto visual, en realidad era el autoengaño del que me hablaba mi amigo psicólogo.
Sin embargo, en la comida de la semana pasada me vi perfectamente reflejado en las caras de mis amigos. Solo tenía recuerdos de aquellos años de comienzos de la década de los setenta del pasado siglo, en los que formábamos una pandilla de jóvenes rebeldes, ataviados con nuestras correspondientes melenas, con la misma pasión por la música moderna, por las motos o por las fiestas interminables. En aquel grupo de entrañables amigos no había importantes diferencias ideológicas. Quizás es que aún no las teníamos muy definidas, aunque ya algunos nos estuviéramos acercando a los círculos más izquierdistas que existían. Pero lo importante no era esto, sino divertirnos juntos.
La comida transcurrió de una forma muy agradable. No parábamos de hablar y de recordar anécdotas y curiosidades. Pero en todo momento, la cordialidad y el respeto al resto del grupo fue la nota dominante. La pretensión no era contar nuestras batallitas personales o nuestros triunfos en la vida. Simplemente se trataba de recordar al grupo que éramos en aquellos años. También fuimos capaces de respetarnos en nuestras actuales tendencias ideológicas. En ningún momento hubo ninguna intervención política que pudiera herir la sensibilidad de los demás. El respeto mutuo fue absoluto.
El momento más emotivo se produjo cuando uno del grupo, precisamente el que había conseguido juntarnos a todos, nos mostró una especie de collage fotográfico en el que aparecíamos tal y como éramos en aquellos años. Fue como retroceder en el tiempo 50 años para mirarnos en el espejo de entonces. Ahí estábamos. Algunos ya con el puño en alto. Otros solo pendientes de su melena, o de su ropa, o de la siguiente fiesta a la que asistiría.
Eran los coletazos de la dictadura, aunque ya estábamos inmersos en lo que se denominaba la “dictablanda”. Pronto comenzaría la Transición. Vendría la Democracia. Se aprobaría la Constitución Española. Y nosotros tomaríamos caminos muy diferentes. La emigración. La Administración Pública. La empresa privada. Pero todos con enormes deseos de independizarse de sus padres y formar sus propias familias. Y así ocurrió. Con la edad con la que ahora muchos jóvenes aún no han pensado ni siquiera en su futuro, todos nosotros teníamos muy enfocada nuestra vida.
Sin embargo, creo sinceramente que, pese a nuestra aparente falta de definición ideológica de aquellos momentos, a ninguno de nosotros se nos hubiera pasado por la imaginación una situación como la actual en la que todo vuelve a estar en entredicho y no se pueden dar por seguros ningunos de los derechos y conquistas sociales conseguidas. Como tampoco que el enfrentamiento y la falta de respeto a los demás, fuese algo cotidiano.
Cuando hago un repaso de mi vida, trascurridos estos 50 años, y veo que todos los amigos de aquella primera pandilla hemos tenido una oportunidad y hemos podido trabajar, ganar dinero y hacernos de un pequeño patrimonio que nos va a permitir gozar de una jubilación razonablemente confortable, pero a la vez contemplo los grandes retos medioambientales y problemas de desigualdad a los que se enfrenta la humanidad, también nuestros hijos y nietos, me pregunto si acaso hay algo que hemos hecho mal, o no lo suficientemente bien, como para no poder garantizar un futuro sostenible en paz y prosperidad a los que nos seguirán.
Seguramente no tardaremos mucho en repetir esta agradable experiencia. De momento me quedo con el placentero recuerdo de nuestro encuentro y con esta pequeña reflexión, que quiero compartir con todos mis lectores.