Puente de barcas sobre el Guadalquivir

Sin duda la manera lógica de atravesar un río sin mojarse es cruzar un puente o subido en una embarcación. El hombre en su astucia ha ideado a lo largo del tiempo un híbrido entre estas dos soluciones: un puente de barcos, o sea, una pasarela flotante, bien ancorada al fondo, bien afianzada entre las dos orillas.

En tiempo de los almohades existía sobre el Guadalquivir un puente de barcas, construido por orden del califa Abu Yucub Yusuf en 1171, justo donde se encuentra el actual puente de Isabel II, conocido como Puente de Triana. Esta pasarela flotante unía Sevilla y Triana. (Por él cruzaron posteriormente los presos al castillo de San Jorge, sede de la Inquisición, con destino al ‘quemadero’ de San Diego.)

Estaba realizado con barcazas de madera ancladas al fondo y sujetas por garfios de hierro. Para paliar el efecto de las mareas en los extremos del puente se colocaron muelles flotantes sobre pieles de cabra hinchadas de aire. El puente estaba sujeto con dos grandes malecones. En ocasiones en las que había riadas, se llegaba a soltar aislando a Sevilla de Triana y de su entorno. (En realidad, se documentan varios puentes de esta guisa en aquellos tiempos a través del Betis.)

Con la construcción del puente actual, el de barcas se desplazó río abajo hasta el Muelle de la Sal, que sobrevivió hasta 1852, año en el que fue desmantelado. Recientemente, el pasado 1 de mayo de 2019, las Fuerzas Armadas, en su Día grande, practicaron un puente de barcas sobre el río Guadalquivir a su paso por Triana, quizá rememorando el de Yusuf o simplemente para decir de lo que somos capaces, casi un milenio después.

Ya Jerjes I, en el siglo V antes de Cristo, mandó construir un puente de balsas sobre el estrecho de los Dardanelos, que separa las partes europea y asiática de Turquía, por el que cruzó con un ejército de dos millones de hombres. Este puente fue construido junto a la antigua ciudad de Abidos, en un punto en el que el mar se restringía a siete estadios (cerca de 1.200 metros). El puente fue destruido por la violencia del mar. La ira del rey persa se abatió entonces con dureza sobre los responsables de la construcción que fueron condenados a ser decapitados. Al mar, sin embargo, se le conmutó la pena de muerte por la de la ‘flagelación’. Herodoto, en el libro VII de su ‘Historia’ (sobre 430 a.C.) lo cuenta así: «Llenó de enojo esta noticia el ánimo de Jerjes, quien irritado mandó dar al Helesponto trescientos azotes de buena mano, y arrojar al fondo de él, al mismo tiempo, un par de grillos. Aún tengo oído más sobre ello, que envió allá unos verdugos para que marcasen al Helesponto. Lo cierto es que ordenó que al tiempo de azotarle le cargasen de baldones y oprobios bárbaros e impíos, diciéndole: “Agua amarga, este castigo te da el Señor porque te has atrevido contra él, sin haber antes recibido de su parte la menor injuria. Entiéndelo bien, y brama por ello; que el rey Jerjes, quieras o no quieras, pasará ahora sobre ti. Con razón veo que nadie te hace sacrificios, pues eres un río pérfido y salado”».

Los ingenieros de Julio César, durante la guerra de los Galias, levantaron un puente sobre el Rin (500 metros de largo) en el tiempo récord de diez días, incluyendo la obtención de la madera necesaria para su construcción. Cuentan que las tribus germanas de la otra parte del río quedaron tan impresionadas por esta obra que se sometieron a Roma de inmediato.

En tiempos de Calígula (año 38 o 39), el Imperio sufrió una grave crisis económica, y su consecuente hambruna, debida —según Suetonio— a que Calígula confiscó la mayoría de carruajes públicos, y, según Séneca, a que el Emperador impidió el uso de barcos para el transporte de cereales para utilizarlos como puente flotante. Dicho puente, que rivalizaba con el que levantó Jerjes I en el Helesponto, consistía en dos enormes embarcaciones, que figuran entre las más grandes del mundo antiguo (las cuales han sido encontradas en las profundidades del Lago de Nemi), a través de las cuales el Emperador hizo calzadas, plantó árboles y jardines, erigió un templo consagrado a Diana y edificó un palacio flotante con suelos de mármol con su propio sistema de cañerías.

«Durante el cerco de Antioquía — cuenta Martín Fernández de Navarrete en ‘Españoles en las cruzadas’ (1986)—, teatro de lucidos y gloriosos hechos de nuestros cruzados, se fabricó un puente de barcas en el río que mediaba entre la ciudad y el ejército (…). Hallábanse los cristianos sobre Antioquía, cuando resolvieron los moros quemar de noche un puente de barcas que aquéllos habían fabricado».

Los puentes sobre embarcaciones sin embargo aún existen. En Larache se encuentra el Puente de Alfonso XIII sobre el río Lukus, que fue abierto al tráfico el 23 de enero de 1929; y, en Pakistán, el puente flotante de Pontones sobre el río Kabul, que se sostiene sobre barcas de quilla plana en lugar de utilizar pilares fijos.

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