Queridos Reyes Magos
Cuando ustedes, queridos lectores y lectoras, se encuentren con estas letras, sus majestades los reyes de oriente, ya estarán descansando después de esa noche agotadora, en la que tanta alegría reparten entre niños y mayores.
Aún no sé si me habrán traído todos los regalos que les pedí, porque reconozco que mi carta, además de abundante en peticiones, también era de una especial complejidad en esos deseos, por lo que entiendo que debo darle tiempo a los magos,para que hagan su trabajo, que no tiene porque acabar en una sola noche.
Me consta que sus majestades han pasado por mi casa, porque no han dejado rastro de los piononos, maritoñis y chupitos de ron Pálido que les dejé como tentempié, lo cual me da una cierta esperanza, de que puedan atender mis peticiones, aunque, por el momento, no tengo indicios de ello.
El caso es que recuperando la bendita inocencia de mi infancia, me lié la manta a la cabeza y pedí como si no hubiera un mañana ¿Nunca os pasó de pequeños que, para terror de vuestros padres y sus magras economías, escribíais unas cartas a los reyes que parecían el catálogo de la juguetería del barrio? Total, si eran mágicos y nos habíamos portado bien ¿por qué no iban a traernos todo aquello con lo que llevábamos meses soñando?
Desde ese convencimiento me puse manos a la obra y redacté mi carta de puño y letra, que a los reyes hay que escribirles así y no con un whatsapp, ni en el ordenador. Por cierto ¿Cuánto tiempo hace que no escriben ni reciben una carta? ¿Cuánto tiempo que no sienten la emoción de rasgar el sobre y leer el contenido, escrito por la mano de ese ser querido?… Pero no nos despistemos y vayamos al lío.
En esa carta pedía como primer regalo que los reyes nos trajeran de vuelta la sanidad pública, universal y gratuita, que no hace tanto era la joya de la corona de nuestro estado de bienestar y que en los últimos años ha sido víctima de las políticas ultraliberales de una banda de niñatos/as, que jamás han sabido lo mucho que le ha costado a generaciones de españoles, poder construir una sanidad pública que ellos siempre han despreciado, o lo que es peor, la han considerado como un posible negocio, para amiguetes varios de apellidos compuestos y pulserita rojigualda.
Como accesorios de este primer regalo, pedía a sus majestades que nos devolvieran nuestra querida atención primaria y que los centros de salud donde nos han atendido toda la vida, volvieran a ser el lugar afable en el que recibíamos la atención de nuestro médico, en lugar de la especie de búnkeres hostiles e inhóspitos en que los han convertido. Rizando el rizo de la generosidad real, me atreví incluso a pedir, que nos devuelvan a los miles de sanitarios despedidos miserablemente después de haberse dejado la piel por salvar la nuestra.
Como segundo regalo pedí a Melchor, Gaspar y Baltasar, que trajeran unas cuantas neuronas, a quienes a pesar de todos los datos y evidencias, siguen empeñados en que la vacuna no sirve para nada, salvo para convertirnos en antenas de 5G, imanes de cuberterías y portadores de microchips de no se sabe que confabulación judeomasónica. Sé que esta petición será de las más difíciles de conseguir, ya que el grado de estulticia de estos personajes, solo es comparable con la de quienes siguen convencidos que la tierra es plana y la mujer salió de una costilla de Adán.
Como accesorios de este regalo pedí que el personal entienda de una puñetera vez que no existe el derecho a contagiar al prójimo; que Djokovik no pueda jugar ningún torneo de tenis, por muy número uno del mundo que sea, mientras no demuestre estar vacunado; que quienes no lo estén no puedan compartir espacios públicos -transportes, bares, restaurantes, espacios deportivos, cines, teatros, etc- con quienes sí lo estamos; que los jueces no jueguen a ser epidemiólogos y que los medios de comunicación no den ni medio minuto, a Bosés, Padillas y demás fauna ibérica con encefalogramas planos.
Ya venido arriba con mis primeras peticiones, se me ocurrió que sería una buena idea, pedir a sus majestades que nos trajeran unos jueces que fueran de verdad de todos y todas, en lugar de solo para una clase a la que ellos pertenecen por cuna y a la que sus resoluciones defienden de una forma indecente. Ya imaginaba al escribir esta petición que se lo estaba poniendo muy difícil a los reyes, en cualquier caso y viendo como sus señorías están al borde del golpe de estado togado, me atreví a pedirlo por si sonaba la flauta, cosa que no creo.
Como accesorios a lo anterior, añadí que no estaría nada mal que algún partido, al que no se le cae la Constitución de la boca, empezara a cumplirla y accediera a renovar el CGPJ, como es su obligación. Creo que en este momento una vocecita en mi interior me advirtió que me estaba pasando tres pueblos, por lo que me ahorré lo de pedir que nuestras señorías empezaran a obviar la misoginia, homofobia, xenofobia y unas cuantas más fobias que rezuman buena parte de sus sentencias.
Por si colaba me atreví a pedir un cuarto regalo. Ni más, ni menos, que una mititilla de decencia, dignidad, responsabilidad y honradez a nuestros políticos. A todos en general, pero a algunos más que a otros; que dejen de tratarnos como imbéciles, aunque a veces lo parezcamos entregándoles nuestros votos; que pongan el interés general por encima del partidista y del particular; que no pongan a parir a nuestro país en cuanto se dan un garbeo más allá de los Pirineos; que no metan la mano en la caja y que recuerden que están donde están para servirnos y no para servirse de nosotros.
Como postdata les pedí, que si a su regreso al oriente se encontraban con su colega el emérito, le recordaran que deje de llevarse el oro y solo declare a Hacienda la mirra.
Como imaginarán no he recibido acuse de recibo, aunque mi natural optimismo me dice que, si no todo, lo mismo sí que me traen algo de lo pedido… y por supuesto que a todos y todas ustedes, queridos amigos, les hayan colmado los zapatos de regalos ¡Feliz 20221!