Revisionismo necesario
A veces me pregunto por qué existen personalidades que temen cualquier
repaso de lo sucedido en clave política en el seno una comunidad. La
respuesta que encuentro es siempre la misma. Se trata de individuos a los que
les perturba reconocer que existieron errores y se instalan en el inmovilismo
temiendo perder su statu y pretendiendo mantener sin cambios una situación
política, social, económica o ideológica que a ellos más que a nadie beneficia.
No soy inmovilista. Muy al contrario. Ya sea por afición a la historiografía
o por estar acostumbrado a estar la mayoría de las veces en posiciones
distintas y hasta minoritarias, estoy plenamente convencido de los beneficios
del revisionismo periódico de los hechos históricos y del resultado positivo
que siempre arroja un examen crítico de los relatos oficiales.
No es verdad todo lo que lo parece. Depende de quién
y de cómo se nos muestre. Decía Honorato de Balzac que “hay dos tipos de
historia: la historia oficial, falsaria, y la historia secreta, donde se hallan las
causas verdaderas de los acontecimientos”. Esta célebre frase era el aforismo
preferido del controvertido padre Sauniére, el misterioso vicario de Rennes-les-
Bains, que tanto rentabilizó otro tipo de reencuentro con la historia.
El estudio de los hechos histórico-políticos no es una faceta científica
más de la historiografía. Es una obligación ineludible si se quiere que la
sociedad siga avanzando sin cometer los mismos errores, extrayendo
consecuencias de lo acontecido y revisado, mejorando el futuro en la medida
de lo posible.
El revisionismo tiene una dimensión académica, reglada y legítima, pero
también otra peyorativa. Su empleo académico se refiere a la actividad
de reinterpretación de hechos históricos a la luz de nuevas noticias, nuevos
análisis más precisos o menos sesgados de los datos conocidos.
Los inmovilistas patrocinan aceptar sin ninguna crítica los procesos
históricos y las consecuencias que de ellos derivan. En cambio, los defensores
del revisionismo vamos contra esa actitud irreflexiva de aceptar lo existente sin
más. Especialmente, porque pensamos que hay razones para poner en duda la
bondad cualquier acontecimiento deparado por la historia, sobre todo cuando
advertimos como determinados agentes se esfuerzan en presentárnoslo como
algo incuestionable.
Soy de los que piensan que no todo tiempo pasado tuvo que ser
mejor. Pero me gustar estudiar si aquello que sucedió en un momento concreto
fue algo lucrativo, inocuo o inicuo, para tomarlo como modelo de que se debe o
no se debe volver a repetir.
Y esto es lo que pienso que debe hacerse ahora con el proceso
histórico de incardinación de Granada en la nueva región andaluza creada en
1978. Hay que revisar esta historia reciente y si como casi todo el mundo
acepta el resultado es netamente negativo, aunar voluntades para reparar el
daño y la persistencia en él.
Han pasado más de cuatro décadas desde que inició su singladura esta
comunidad autónoma de Andalucía en la que se integró forzada y
forzosamente a Granada. Cuarenta años son tiempo más que suficiente para
discernir con el cúmulo de datos objetivos de que disponemos, como nos
habría ido si no se hubiese quebrado del devenir histórico que a Granada
correspondía por derecho propio. Estoy seguro de habría sido mejor.
El mapa territorial autonómico que se consumó entre 1978 y 1982 fue,
además de ilógico y de un atropello desde el punto de vista histórico,
absolutamente deleznable en términos políticos y administrativos. Un desastre
monumental para la subsistencia de Granada como región histórica
incuestionable.
Fuimos amalgamados en un proyecto para el que se embaucó a una
generación de ciudadanos de Granada en un pacto social y político por
el que tanto se sacrificó y sin el cual nunca habría existido la Andalucía
actual. Pero a partir de aquel momento solo siguieron engaños,
postergaciones, agravios, pretericiones, olvidos y la desaparición histórica del
concepto político y administrativo de Granada.
Desde ahí y desde ahora es desde donde debe comenzar
la labor crítica revisionista. Una labor que estudie y replante en consecuencia la
actual situación de Granada en Andalucía y que, primero: modifique
el falso paradigma historiográfico andalucista que nos han impuesto; y
segundo, que permita implantar unos valores nuevos que nos permita
conquistar otro futuro más positivo.
Reaccionarán los “inmovilistas”. Pasarán al activismo negacionista.
Tratarán de hacer un revisionismo a su medida, pseudocientífico, acusándonos
a los que pensamos que esta comunidad autónoma fue un error y un fracaso
para Granada, de hacer un uso político de la historia. Serán los mismos que no
han dejado de insistir en construir una realidad andaluza tan falsa como
increíble.
El revisionismo es necesario en este asunto. Personalmente creo
llegado el momento de deconstruir este despropósito que para Granada es la
actual Andalucía política. ¿Daremos pasos pronto?: «O desequilibrio, todos tras
un mismo objetivo y será el principio de un fin anunciado.”. La máxima no es
mía, es del astuto, sagaz y taimado Talleyrand…
Me parece necesario hacer una revisión del comportamiento de la Admon Andaluza con Granada, incluso la Admon Nacional, y a partir de ahí, comenzar desde el activismo ciudadano lo que no hacen nuestros representantes (o si lo hacen con tan poco éxito) interesar de forma seria y equilibrada los distintos medios que necesita Granada para ser la ciudad que se merece en el entorno andaluz y nacional, tanto de sus comunicaciones, empresas, y trabajo de futuro para nuestros hijos.