Rubilaes y Motril: #Seacabó

La indecencia y la soberbia han atracado en el puerto de Motril donde el corsario Rubiales ha decidido refugiar su nao hasta que amaine la galerna por él mismo desatada. Caído en desgracia para la piratería nacional y extranjera, ha elegido, como otros piratas, bucaneros y corsarios, un puerto seguro para cobijarse tras el infame lance de su acoso televisado a varias campeonas del mundo y usar su entrepierna como castrojo remedo de la Jolly Roger temida del uno al otro confín por los intrépidos marinos y lobos de mar.

Motril es mucho Motril, basta con ver cómo carga su virreina sus multas al cofre del tesoro municipal y cómo incrementa su parte del botín un 19%. La alcaldesa evita quitar a su paisano la medalla de oro de la ciudad y deja correr el tiempo. Rubiales es mucho Rubiales, de casta le viene. Ya dijo en la asamblea de la RFEF, ante su tripulación en pleno, que su padre se lo enseñó todo. Padre e hijo, en efecto, han sido inhabilitados en sus desempeños laborales por conductas, como mínimo, acreedoras de juicio.

Y se completa la Santísima Trinidad con la visita que su madre y tita han hecho al Espíritu Santo en una iglesia del pueblo acompañadas por una turba de Magdalenas y plañideras clamando contra la serpiente Jenni por tentar al macho con la manzana. Para el rezo, han entonado la misma letanía machista de la extrema derecha que Rubiales, en una escena que Berlanga hubiera escrito para una de sus películas. Se vio venir al no temblarle el pulso ni la moral cuando instrumentalizó a sus hijas para justificar su agresión.

En el avispero familiar, zumba otro Rubiales: el tito Juan Luis, su jefe de gabinete, el que denunció las fiestas con chicas que el sobrino y jefe organizaba en Salobreña con cargo a la RFEF y que fue denunciado por bucaneros de asaltar la casa de su cuñada y madre del presidente Luis. Es mucho Motril y son muchos Rubiales. De 60.000 habitantes, unos 70 se han concentrado para quemar a la bruja Jenni y repetir las consignas del propio Rubiales y cargar contra el gobierno y el feminismo como Ayuso antes y después.

Todo el mundo toma posiciones en el colosal asedio de la bahía motrileña donde fondea solitario el Galeón de Rubiales, vestigio final de la otrora armada invencible del fútbol español. Hasta las ratas que hace dos días aplaudían en la pestilente bodega de la RFEF han abandonado el bajel a la deriva, todas haciendo cálculos del botín disfrutado como contramaestres territoriales. Desde el carajo, el vigía otea para avistar los movimientos de las naves enemigas, atento a las señales enviadas por la prensa.

Pirata extraño, Rubiales no es adicto al ron, pero sí sufre de antojos con las mujeres y de una indómita pasión por el oro. Esta rareza le será útil para surcar el mar y arribar al desierto saudí, donde protegen el machismo y nadan en la riqueza. Allá sembró Rubiales el fútbol como forma de blanquear la misoginia y otros horrores de la dictadura. De tal manera ha arraigado la semilla que esa misma dictadura está desbaratando el fútbol mundial con la chequera. Será bien recibido. Y pagado. Rubiales y Motril: #Seacabó.

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