¿Seguro que lo volverán a hacer?
«Lo volverán a hacer». Es una afirmación recurrente y manida que se emplea al respecto de una hipotética y futurible (y al parecer, deseadísima por algunos y algunas) actuación de los sectores independentistas catalanes. Que, al parecer, no tendrían dudas en repetir su actuación política de declaración unilateral e ilegal de independencia de Cataluña de 2017. Que, obviamente, necesitó de una preparación durante varios años antes, aspecto que parecen olvidar deliberadamente, los propagandistas y voceros de tan alarmante posibilidad futura. Uno no se levanta un día y declara unilateralmente la independencia (o la dependencia, según) y a otra cosa. Tal reducción al absurdo es equiparable al absurdo de vociferar que «lo volverán a hacer». Y basar tal pronóstico tan sólo en el número de años de condena penal con que serían castigados quienes tal acción acometieran.
Doy por descontadas las críticas de quienes desean desalojar al actual gobierno del poder. Eso es legítimo en democracia, y tan sólo hay que hacer constar que si la propuesta fuera aumentar las penas del delito de sedición, también se criticaría la «no adecuación al entorno europeo», la «poca capacidad de empatizar» o «la temperatura del día», tanto da. Una vez adecuadamente tragadas las absurdas palabras que profetizaban el fin de los tiempos (otro fin) tras producirse los indultos, ahora deberán proceder a una nueva tragada de las declaraciones sin sentido que anteceden estos días a la posible reforma de la sedición. Acostumbradas y acostumbrados deben estar. Con la misma facilidad con la que mienten descaradamente al señalar que dicha propuesta no estaba en los acuerdos de investidura (es tan fácil como echarles una ojeada), ahora clamarán con el ridículo argumento de que una rebaja de las penas del delito de sedición facilitaría ese «lo volverán a hacer».
Tambien doy por descontado que dentro del independentismo existen sectores claramente fanatizados y descerebrados que, sin duda, apostarán por volver a hacer lo que sea, cuando sea y cómo sea. Existir van a existir (como en los demás sectores políticos, vayamos a creernos), y en democracia, además de protegernos legalmente de ellos, hay que aceptarlos. Cuestión diferente es que se produzcan las circunstancias políticas, legales, ciudadanas y sociales para que ese hipotético «volver a hacer» no pase de ser algún tipo de ridícula y testimonial pantomima. en cuyo caso, poco habríamos de temer la inmensa mayoría de la sociedad española, pues incluso tratándose de esa pantomima tendría su justa respuesta. Por mucho que la posibilidad sea aireada por la ruidosa y embarullada sarta de sandeces que se escucha, y que dan fe del indisimulado deseo de que llegara a producirse , para volver al punto de salida. Que, digámoslo alto y claro, no es otro que un nuevo enquistamiento de la situación en Cataluña que favorezca electoralmente a las derechas en el resto de España. Como suena.
El número de años con que se castigue la sedición nunca va ser determinante para que nadie se piense si «lo vuelve a hacer», básicamente porque los previsibles hechos constitutivos de ese «volver a hacer» están suficiente y explícitamente tipificados en el Código penal con sus correspondientes sanciones, y además, el Estado de derecho en nuestro país ya ha acreditado su capacidad de reacción frente a estas actuaciones. Calificar de «buenismo infantil», como he llegado a leer, esa decisión legislativa, sabiendo, cómo se sabe, que el Estado posee instrumentos más que suficientes para castigar los posibles (siempre futuribles) hechos punibles, no deja de ser la reacción acomplejada, cobarde e injusta de quienes vivían mucho mejor en el conflicto, y están demostrando carecer de la más mínima capacidad de saber desenvolverse en los parámetros de la democracia, la convivencia, incluso con los opuestos, y la desinflamación política de cuestiones que, justo es reconocerlo, son fácilmente inflamables.
Por eso, justamente, está siendo un éxito la política de distensión, de búsqueda y facilitación de salidas (no obligatoriamente, aún, de solución, como acertadamente ha señalado Joan Coscubiella), de equilibrio, de carencia de altisonancias y de diálogo, si, de diálogo. Porque en política, y en democracia, las cosas se arreglan así. Basta apreciar el alto grado de comprensión ciudadana y aceptación social que han tenido los indultos. Hay que estar muy ciego (o aparentarlo) para no ver que estamos en una fase bien diferente del conflicto. Que la posición de las partes ha variado considerablemente. La fortaleza, legitimidad y cobertura legal del Estado. La menor fortaleza, la menor legitimidad y aceptación social y la menor penetración ciudadana del independentismo. Se acumulan las evidencias, a la par que se aturullan las explicaciones de las derechas políticas y mediáticas. Como dirían en mi pueblo, a algunos parece que se les acaba el chollo.
Convendría, pues, que se reflexionara con cautela y rigor, sobre el hecho de si realmente estamos más cerca o más lejos de que «lo vuelvan a hacer». Estoy convencido de que, soflamas y columnas artificial y obligadamente incendiarias al margen, queda materia gris en nuestras derechas para asumir que la grandeza de la democracia es situarse en este lado de la política.