Síndrome postvacacional

Tras un merecidísimo periodo de asueto, esas vacaciones en las que tantas esperanzas depositamos, sacamos conclusiones, hacemos balance de las mismas y evaluamos con incierta nota el grado de satisfacción obtenido. ¿Hemos recargado las pilas como deseábamos, hemos conseguido desconectar de veras y por ende apartar de nosotros la insidiosa rutina? Se antoja arduo, más cuando tienes un móvil que a cada momento te está echando guiños, invisible, desde alguno de tus bolsillos, aunque solo sea para inmortalizar un paisaje, un monumento, una obra de arte; no con el objeto de internarte en la red y navegar por los sórdidos mundos de la manipulación mediática, condición autoimpuesta como método de desintoxicación. Complicado, desde luego, dada la epidémica adicción que padecemos, pero no imposible, que de todo se sale. Y ayuda mucho, debo decir, encontrarte en un país diferente, en mitad del campo, adonde solo llega la señal de un par de canales de televisión y ocasionalmente un levísimo atisbo de wi-fi; qué decir si además tu hijo se funde los datos… Y de pronto, te observas a ti mismo tirando de relaciones humanas, ya sea para llegar a algún lugar, despejar una duda sobre el idioma, conocer el ingrediente de un plato o en qué playa alcanzar el más benigno estado de gozo. Puedo dar fe y digo que es mucho más edificante que la Wikipedia, el Maps o el traductor de Google. Así, he ampliado mis exiguos conocimientos de la lengua de Petrarca, me he sorprendido gratamente con parajes ignotos, me he integrado sigiloso entre las gentes autóctonas que habitan el humilde barrio de una antigua ciudad, me he sobrecogido con el enclave majestuoso de un pueblecito atávico, he admirado la piedra esculpida por la mano del hombre y también la modelada por el paso del tiempo, he apreciado, como nuestros ancestros, las fuentes termales que la caprichosa naturaleza creó mucho antes que a la especie humana. He recibido como un regalo de la veleidosa Fortuna, la dicha de sentarme en torno a la mesa de un magnífico anfitrión y disfrutar de la sencilla gastronomía local con la que nos agasajó, el vino del terruño y la conversación con personas tan diversas como libres de prejuicios, una velada mágica en la que hice nuevos amigos, y no de Facebook. Una noche en la que de manera natural nos dimos al contacto carnal y humano, al intercambio de experiencias y conocimientos, a dejarnos llevar por las emociones sinceras e impregnarnos de cultura con tan solo la palabra, la risa, el gesto, la mirada… Memorable. Inolvidable. Pero como toda felicidad es momentánea, al amanecer y tras haber dejado el teléfono cargando, lo tomé para intentar conectar con el resto del mundo, comprobando en cuanto se iluminó la pantalla que no tenía conexión y que ese mundo es virtual, frío, ingrato, mentiroso. Que nada podemos cambiar en él si no cambiamos antes algo en nosotros mismos. Me pregunté si no será precisamente eso, el internet y la era de la comunicación, en la que apenas nos comunicamos, lo que motiva el auge de turismo rural y el de los lugares con historia, esa regresión ansiada al pasado, a lo antiguo, al contacto con la memoria, con la naturaleza, con lo animal y lo humano. Concluí que operar con un aparato sin conexión de wi-fi es tan decepcionante como trabajar con la Administración, es esperar a sabiendas de que no obtendrás resultado alguno. Observé en algún titular que la situación política no es parecida, sino idéntica. Y regresé para encontrarme un panorama igual o peor que el que dejé, pues si hace años colgué un post en alguna red social, para fútilmente exponer cómo nuestros representantes políticos habían logrado que las matemáticas dejaran de ser una ciencia exacta, basándome en la deuda que suele dar el gobernante de turno y confrontarla con la que ofrece el que está en la oposición, ahora descubro con asombro que de nada sirvieron las enseñanzas recibidas en mi más tierna edad escolar, porque ahora y por increíble que parezca, dos más dos no suman cuatro. No sé si será por eso que llaman síndrome postvacacional, pero quiero irme de nuevo.

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