Susana la de Triana

Se avecinan las Olimpiadas, evento donde el esfuerzo de quienes dedican sus vidas al deporte se ve recompensado con la mera participación en ellas, como expresa el eslogan “Lo importante no es ganar, sino participar”, acuñado por Pierre de Coubertin en los Juegos Olímpicos de Londres en 1908. En la competición olímpica se premia a los mejores en las distintas pruebas de acuerdo con el lema “Citius, altius, fortius” (más rápido, más alto, más fuerte), vigente desde los primeros Juegos celebrados en la Edad Moderna (Atenas, 1896).

El llamado “Espíritu Olímpico” responde a la búsqueda de la excelencia por los y las atletas, a una demostración de juego limpio y de respeto al rival, que no enemigo, y supone un código de comportamiento dentro y fuera del estadio y del gimnasio. A quienes destacan en cada una de las disciplinas se les reconocía con coronas de olivo o laurel en la antigüedad y con medallas de oro, plata, bronce y diplomas olímpicos en la actualidad. El “Espíritu Olímpico” supone una barrera testimonial ante la avidez mercantil que infecta el deporte.

Todo lo contrario al “Espíritu Olímpico” se ve a diario en la arena política, donde no existen rivales sino enemigos y donde las medallas y otras distinciones adquieren un significado que da asco en la mayoría de los casos porque no responden a la excelencia, sino más bien a la mediocridad sectaria de quien las concede y que avergüenzan a quien las recibe. Estas medallas y distinciones responden al postureo populista de la casta política que utiliza a las “celebridades” elegidas a tal fin cuando no se las conceden, sin rubor, a otros políticos.

Sirva como ejemplo de medalla infame y corrupta de la democracia española la de Oro del Congreso de EE.UU. comprada por Aznar. España pagó 1.600.000 € al bufete de abogados DLA Piper Rudnick en 2003 para que hiciera labores de lobby de cara a su obtención y para invitar a senadores y congresistas al acto donde le fue entregada. Todo un monumento a la vanidad, a la soberbia y al uso de dinero público para obtener réditos personales amañados porque lo importante no es participar, sino ganar, sin importar el precio ni los medios.

En el rastrero medallero populista, son muchos los santos y las vírgenes que cuentan con condecoraciones institucionales a mayor gloria del gobernante de turno. Lo hacen políticos de casi todos los colores como parte de la mercadotecnia electoral en la “España de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de María” que describió Machado. Hasta un alcalde impío como Kichi condecoró a una virgen gaditana pasando a la posteridad como un machadiano “Gran pagano, /…/ ¡aquel trueno!, / vestido de nazareno”.

Hace unos días, en pleno pasteleo del bipartidismo redivivo, narraban las crónicas que José Luis Sanz (PP), alcalde de Sevilla, va a nombrar a Susana Díaz Hija Predilecta de Triana. El nombramiento es toda una estrategia política, toda vez que la “predilecta” frecuenta las mismas trincheras que Alfonso Guerra, Felipe González, Page y otros barones “socialistas” para disparar a Pedro Sánchez desde que decidió presentarse a las primarias del PSOE en contra del criterio del aparato del partido. La deuda con Susana la tiene el PP, no Sevilla.

Ha saltado la noticia de que Nacho Cano, condecorado por Ayuso, ha sido detenido por la Policía Nacional denunciado por contratación irregular de inmigrantes. El faldero de la presidenta, en rueda de prensa, ha esgrimido el argumentario de M.Á.R.: “…es un ataque a su persona por apoyar a Ayuso y el criminal es la Policía”. Como se evidencia, el tráfico de medallas y distinciones en el PP es tan intenso como la implicación de sus dirigentes en las tramas de corrupción que salpican al Partido Popular a lo largo y ancho de toda España.

 

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