Un cadáver bajo la cama

El año 1982 fue prolijo en sucesos criminales en Granada. Fueron varios los que resultan memorables y que podrían ser recordados en esta crónica negra. Acaso el más llamativo fue el del enfrentamiento cerval, racial, casi apodíptico, habido entre dos familias gitanas rivales, la de los “panas” y la de los “mangüeles”, que dejó un largo reguero de sangre en la ciudad. Lo sucedido en 1982 no fueron sino algunas de las consecuencias de un largo conflicto surgido varios años antes tras el rapto de una joven gitana en contra del parecer de sus ancestros. Fue esto lo que llevó a estos a ir en su busca y a su rescate. Quedarían entonces dos cadáveres sobre el étnico tapiz del primer campo de batalla.

Apuñalamiento en San Isidro

Cuando aún no se había silenciado el ruido producido por la reyerta sobrevendría otro enfrentamiento. El motivo ahora fue el trato por la venta de unas bestias del que resultaría el apuñalamiento y muerte en la plaza de San Isidro, del jefe del clan de los “panas”, Antonio Heredia,“el Chato”, tratante de ganado, prestamista y traficante de hachís. Su muerte traería más muertes, más luchas, la huida buscando refugio en un pueblo de la provincia de todo el clan de los mangüeles, y la llegada a la ciudad de miembros del clan rival, venidos desde Cataluña, Valencia, Madrid, el País Vasco, Sevilla y Málaga para vengar la muerte de su familiar. Porque “la sangre con sangre se paga”, según la particular filosofía de vida gitana.

Una nueva muerte se produciría. Una mujer del clan de los “mangüeles”, María del Carmen Fernández Santiago, moriría acuchillada a final del mes de julio a manos de dos de las hijas del Chato, María Heredia Heredia, de 25 años de edad, y Adoración Heredia Heredia, de 20. Este nuevo episodio criminal apunto estuvo de desatar una masacre, en medio del cónclave convocado, de no ser por la actuación de las fuerzas policiales de toda la provincia, que lograron evitarlo.

Un crimen misterioso

Dejando de lado la épica del enfrentamiento entre clanes gitanos que acabo de apuntar y que habría hecho las delicias de Gustavo Doré o de Prosper Merimée, pocos días antes de la muerte de Carmen, la de los mangüeles, se iba a producir otro crimen en Granada mucho menos prosaico y verdaderamente más terrible. Con la perspectiva que proporcionan las casi cuatro décadas transcurridas desde entonces, puede afirmarse que fue el sucesos más interesante, por macabro sin duda, de aquel año. El del hallazgo del cadáver de una mujer en el apartamento del piso superior del número 14 de la calle Real de Cartuja.

Aquel suceso fue un crimen que hoy día habría sido tratado de manera muy diferente, tanto por los medios de comunicación como por el Grupo de Homicidios de la Policía. Un crimen que de haberse podido aplicar las técnicas actuales de investigación científica habría sido resuelto inmediatamente y el asesino no habría quedado oculto tras una cortina de silencio. Se habló de un crimen misterioso, que lo fue; más propio de gente rara, de extranjeros, que de españoles. Ello se debió sin duda a la nacionalidad de la víctima y a las circunstancias comprobadas sobre el escenario del crimen.

Un macabro hallazgo

Preocupada por la falta de noticias de la pareja de extranjeros que una semana atrás había pedido alojamiento discreto en un apartamento con servicios propios, la dueña del hostal se aproximó hasta el piso superior del número 14 de la calle Real de Cartuja donde los había hospedado. Así, tras varios días de resistir la curiosidad, decidió acercarse hasta el apartamento y llamar a la puerta repetidamente para que le abrieran. Sin embargo, su llamada resultó infructuosa, razón por la que decidió utilizar la llave maestra de que disponía. En el interior reinaba la quietud y el silencio, aunque nada más entrar percibió un intenso mal olor cuya fuente inmediata no pudo identificar.

Tras mirar en primer lugar el servicio y no hallar nada que pudiera provocar el hedor se dirigió al dormitorio. Nada más entrar supo que algo anormal pasaba, que era de allí de donde partían los insoportables efluvios. Vio la cama deshecha, desvestida, pero como los extraños inquilinos habían dicho que se marcharían pronto no le extraño sobremanera encontrarse tal panorama. Fue entonces cuando buscando las sábanas se agachó para mirar debajo del lecho por si estaban allí y de este modo fortuito descubrió lo que en un principio creyó que era un gran bulto, pero que rápidamente tras cerciorarse y palparlo descubrió que se trataba del cadáver de un hombre. Quedó espantada. Se levantó gritando y salió a la carrera hacia casa, donde explicó como pudo, azoradamente, a sus hijos, su macabro hallazgo. Inmediatamente llamaron a la Policía que en pocos minutos desplegaron varios efectivos que se hicieron cargo de las primeras actuaciones, hasta la llegada del juez de guardia que ordenó pasadas unas horas, el levantamiento del cadáver.

Identificación de la víctima

El cadáver estaba boca arriba, con una mano sobre el vientre y la otra extendida en sentido oblicuo. Bajo él y a todo su alrededor se extendía un gran charco de sangre, ya oscura y seca, revelador del largo tiempo transcurrido desde la muerte. El cuerpo sin vida resultó ser el de una mujer que vestía solo unas bragas y una camiseta a rayas horizontales y que había sido salvajemente acuchillada tres veces. Dos puñaladas en el vientre y otra por la espalada, todas mortales de necesidad habían acabado con su vida en el acto.

El criminal había asegurado su huida impidiendo que el cadáver pudiera ser descubierto con prontitud. Las pesquisas pusieron en claro que para impedir que los gases del proceso de putrefacción pudieran alertar a los vecinos, dejó el balcón entreabierto, lo que en efecto impidió que el olor llamara la atención. También se preocupó de eliminar cualquier elemento o circunstancias que pudiera facilitar el reconocimiento de su víctima, así como cualquier pista que hasta él pudiera conducir. El informe forense señalaría que la mujer hallada debió haber fallecido una semana antes, entorno a la madrugada del día 15 de septiembre. Esto es, prácticamente la misma noche en que la extraña pareja ocupó el pequeño piso, sin haberse registrado por los dueños, ni haberles entregado a estos documento alguno que permitiera la identificación.

Así las cosas la Policía no pudo conocer la identidad de la mujer asesinada, una joven, de pelo corto y castaño oscuro, ojos claros, de complexión fuerte, de poco más de 1,55 de altura y 50 kilos de peso. Se supo por las declaraciones de los caseros que era extranjera y que había llegado en compañía de un hombre, aparentemente también extranjero, del que tampoco más nada se conocía. Ambos solicitaron alojamiento para unos días, pero no en la pensión, sino en un pequeño piso con servicios independientes, razón por la que le fue proporcionado el apartamento donde sucedería el crimen.

Americana

A pesar del celo mostrado por el asesino la identidad de la joven pudo ser establecida por los investigadores policiales gracias a un anillo que portaba la víctima con sus iniciales, así como por otros objetos de su propiedad que fuero encontrados. Ello junto a la descripción física permitió tras cuatro días su identificación. Resultó ser la estadounidense Margaret Galati, de 23 años de edad, universitaria recién licenciada, natural y residente de Portland, Oregón.

Por el contrario, la identidad de su acompañante, sobre el que pesan abrumadoramente las sospechas de homicidio, nada pudo establecerse con suficiente fuerza como para poder ser localizado. La Policía facilitó una fotografía póstuma de la víctima, en la que aparecía visiblemente cambiada a causa del suceso, pero con la advertencia de que en su vida su rostro era más delgado. Se proporcionó por toda la ciudad, principalmente por bares, restaurantes, transportes, hoteles, la universidad y otros lugares, la descripción de la pareja pidiendo a quienes pudieran ofrecer algún dato por haberlos visto en algún establecimiento, por la calle o pudiera conocer algo sobre ellos, se pusiera en contacto con la Jefatura Superior de Policía.

Crimen sin resolver

Del acompañante y presunto homicida desaparecido solo se proporcionaron los datos de que en principio podría ser extranjero y que aparentaba unos 25 años de edad. De aproximadamente 1,70 metros de altura, pelo castaño, ondulado y no muy cuidado.

Debido al tiempo transcurrido desde que se cometió el crimen y comenzó la investigación el asesino de Margaret tuvo prácticamente una semana para poner distancia pudiendo haber huido, a buen seguro, al extranjero, eludiendo así la acción de la Policía y de la justicia, españolas.

La investigación desplegada por la Policía se extendió durante meses. Se siguieron varias líneas de investigación dirigidas principalmente en el entorno próximo que pudo conocerse de la joven en España, pero ninguna pesquisa arrojó resultados.

Pasados dos años desde el hallazgo del cadáver por parte del juzgado de instrucción se dictó auto de sobreseimiento y archivo provisional de la causa que, se sepa, nunca más volvió a reabrirse. El asesinato de la norteamericana Margaret Galati sigue aún sin resolverse. Aunque para este momento la acción penal ya ha prescrito y caso hipotético de aparecer el autor, nada contra él podría hacerse por la muerte de aquella joven graduada que un día llegó a Granada para no abandonarla jamás…

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