Una ciudad completamente abandonada
En este verano tedioso y distinto a cualquier otro por las circunstancias que estamos viviendo, tenemos más límites para hacer cosas y acaso por ello las restricciones han hecho que algunos recuperemos viejos estilos de vida veraniega, de aquellos estíos de la infancia en los que nos dedicábamos más intensamente a la lectura durante los espaciosos momentos del día y al anochecer, con la bajada del fresco nevadense, a pasear por las calles casi desiertas. En mi caso particular, durante los días que he podido, he venido finalizando mi discurrir por la ciudad nocturna de un modo castizo y tradicional, tal cual es y fue siempre en Granada, tomando un helado en la terraza del Café Fútbol.
Tras bastantes días de hacerlo, ayer noche, mientras me degustaba con una sabrosa copa Guinea sentado en una mesa bajo la estatua que la ciudad dedicó a la heroína Mariana Pineda, en el momento casi exacto en que se cumplían 216 años de su nacimiento, meditaba sobre algunos aspectos de nuestra Granada. Reflexionaba y comentaba con mi acompañante cuán cainita puede ser esta celebérrima población y su sociedad con sus mejores hijos; no solo con Marianita —mi hija se llama así por honor a ella—, a la que primero dejó asesinar y después le erigió cuatro décadas más tarde el monumento en la antigua plaza de Bailén y depositó sus restos en la cripta de la catedral metropolitana, más que como un homenaje a su figura, porque no sabía donde mejor ocultarlos para evitar la vergüenza de contemplarlos todos los días (Mariana Pineda estuvo enterrada en varios lugares antes de llegar a tal sitio); Y sobre similares situaciones podría comentar, citando llamativos ejemplos de personalidades en los que si no a la muerte física, sí que a la capitis diminutio maxima (a la muerte civil), Granada y sus dirigentes de cada momento han condenado a quienes se han atrevido a alzar la voz para señalar sus olvidos, despropósitos y vergüenzas.
No quiero decir que yo me encuentre entre los capitidisminuidos, no, porque creo que me he ganado el derecho a poder decir abiertamente cuanto honestamente pienso que puede ser o ir en beneficio para nuestra tierra, pero sí que me considero entre los insertos en la lista de los incómodos sociales y políticamente incorrectos, señalados por advertir, denunciar, perseguir, llámesele como se quiera, los desmanes del olvido para con lo nuestro, de nuestra tan mala, como ancestral casta dirigente local.
Hace unos días publiqué un artículo sobre “el abandono del Darro y su Carrera”, que escribí en un momento en que el alcalde y su equipo, emulando los peores momentos de la “sierramásgorda” que de vez en cuando se cierne sobre Granada, se daban a la tala irreflexiva de los árboles en una de las avenidas del barrio Zaidín, olvidando, o mejor dicho, dejando a su suerte, el histórico cauce del río Darro hasta la llegada a su sepultura en Plaza Nueva, donde sí que es verdaderamente necesario actuar y sanear de maleza el río para devolverle la prestancia a tan delicado espacio.
De poco que no sea para darlo a conocer sirve que lo diga o escriba, salvo para que reciba la consabida misiva de que al edil de turno no le ha gustado mi escrito (algo que me trae al pairo). Siempre me hacen llegar comentarios pronunciados con palabras que tratan de ser dichas como si provinieran de una personalidad carismática, cuando la única autoridad personal del concejal dicente, solo procede de que ocupa un cargo y nada más.
Guardo otros artículos que iré dando a la publicación sobre el estado del paraje del Avellano, más abandonado aún si cabe que el propio Darro o sobre algunos espacios del Sacromonte, Valparaíso, San Miguel Alto o el Albaicín. Sin embargo, ahora quiero dedicarle una breves líneas a lo visto estos días por casi todas las calles del centro histórico de la ciudad, de ese centro el centro, donde el vandalismo, el abandono, la suciedad, la zafiedad y el desdoro me llevaron a concluir que estaba contemplando una urbe vulgar y dejada, en la que el asqueroso grafiti y falso artista que lo parió, se han apoderado de calles ya de por sí sucumbidas, sobre las que el consistorio, sea del signo que sea, nunca nada quiere saber.
No me refiero a los pintarrajos que abundan en calles principales como Elvira o Gran Vía, y sus aledaños que tantas veces he denunciado y hemos denunciado desde Granada Histórica. O de los delictivos grafitis sobre los muros del conjunto catedralicio, la iglesia de Santiago, San Andrés, los arcos de Elvira, las Pesas o de Monaita, el palacio de Daralhorra, sobre el Jardín Botánico y un largo etcétera de bienes culturales, que no voy a citar ahora, sino a callejas como las de Escuelas, Candiota, San Jerónimo, Santa Paula, Postigo de Zárate, Horno de Abad, Silencio, Málaga, Conde de las Infantas, Plaza de los Lobos, Misericordia, Cuenca, Arandas, Conde de Tendillas, Alonso Cano (vía ésta, demostrativa de la pequeñez de mente de nuestros dirigentes por estar dedicada al más grande de nuestros creadores mientras nominan avenidas inmensas con los nombres de personajes desconocidos y ajenos a nuestra historia e incluso inmorales), y otras muchas más que componen un todavía mas extenso listado de la desvergüenza. Barrios enteros como San Juan de Dios, Realejo, de la Virgen o San Antón, sucumben al desprecio y a la incuria.
Pero no, el alcalde ni su equipo de competentes se ve que por ahí, ni pasean, ni se empoderan. Porque unos están dedicados a dejarnos la ciudad como una cebra amarilla en su particular proclamación de la “Gran Granada” que nos anunciaron, otros se hallan embebidos en como pulirse 1663 millones de las antiguas pesetas en poner maquinitas en los miradores albaicineros que emulen vistas, cantos y olores (incluidos el de la marihuana y el de ciertas tribus urbanas que los tienen copados), para simular que hacen algo, mientras el primer edil se dedica a luchar por la injusticia que supone la apropiación de los remanentes municipales de tesorería de toda España (olvidando la apropiación en la que ha participado del remanente de la Alhambra), y a inaugurar a bombo y platillo un supermercado express en el camino de Ronda. Y en tanto, la ciudad abandonada; la casa más que sin barrer y la suciedad de la Granada más dejada y olvidada de la que se pueda tener memoria y cuyo nombre solo les sirve a la mayoría de los ediles para apoltronarse en los sitiales cada cuatro años, aflora sucia, dejada y decrépita, sobre la ya raída alfombra de su historia.
Hagan lo que yo. Sufran un poco, que también es necesaria la mortificación como decía la Santa de Ávila, y paseen por cualquier parte de esta ciudad que vivimos. Contémplenla y luego siéntense en algún lugar placentero de los pocos que van quedando y mediten sobre lo contemplado. Discernirán con toda seguridad sobre si Granada y sus buenos granadinos nos merecemos lo que tenemos. Porque la nuestra se ha convertido en una ciudad completamente abandonada…
Los vecinos del Sacro-Monte,opinamos igual,también nos quejamos y no nos hacen ni caso,es más que necesario el cuidado del río Darro,les hemos pedido que lo limpien y no nos escuchan
Querido amigo César: Si que te estás labrando una fama de mosca cojonera, pero eso no te quita la razón. Esta ciudad no se merece las administraciones que tiene, que vuelven a responder al ideario de cateto y de burguesía casposa. Pero tus artículos son un buen pinchazo en esa incultura que los envuelve. Sigue así, a algunillos nos agrada leerte y aprender sobre esta bellísima ciudad.