Una derecha sin complejos, pero con odio
El cambio de milenio trajo a Europa el euro y a España, de propina, una rancia «derecha sin complejos» reclamada por Aznar, soberbio presidentísimo que señaló a un sucesor que se le antojó un fiasco a las primeras de cambio. Convertido Rajoy en presidente del Partido Popular primero y del Gobierno después, Aznar se le opuso exigiendo una derecha radical, extrema y sin complejos. Lo consiguió con Casado, tras forjar a Abascal como antídoto y a Rivera como alternativa al PP blandengue de M. Rajoy.
Esa derecha sin complejos se ha traducido en el asalto a las instituciones de marionetas como Ayuso, Mañueco, Miras o Bonilla, apoyadas en Vox y manipuladas por el pérfido bebedor M. Á. Rodríguez. Veinte años después, Aznar admira, cual gozoso Nerón, cómo sus extremas derechas corrompen la política, incendian la democracia y asaltan la Constitución. No conforme, exige más: una derrota de la sociedad y hacer prisioneros… tal vez llenar las fosas recién exhumadas con veintiséis millones de hijoputas.
Con mayoría absoluta, el PP despreció al Parlamento dictando decretos ley para aprobar normas sin debatir en las Cámaras. Despreció a la ciudadanía estableciendo ruedas de prensa sin preguntas o a través del plasma, desinformando y propagando bulos en la dinámica del ‘todo vale’ que rige su política cada vez que toca poder. La derecha sin complejos no expone su programa político, nocivo para la inmensa mayoría de la población, y rehúye el contraste de ideas del que se sabe perdedora.
La derecha sin complejos, desde que la parió Aznar, recurre a la intoxicación populista y manipuladora apropiándose del concepto de nación y de una bandera a la que vuelve a manchar su autoritarismo facha. Ataca la memoria histórica, critica la educación pública, niega el multiculturalismo y la integración de la inmigración, impone la religión como medida de la moral pública, la bioética o el matrimonio homosexual, es enemiga de las mujeres, los pensionistas, la diversidad sexual, la ecología, y el progreso social.
Es así como hemos llegado a la actual situación de guerracivilismo impulsada por una derecha sin complejos que surfea la ola de populismo neofascista que recorre Europa y el mundo siguiendo la estela de peligros públicos como Trump, Bolsonaro, Orban o Meloni. Aprovechando los resquicios de una democracia en la que no creen, la están envenenando con las nuevas formas de golpismo que el siglo XXI ha traído al calor de internet, del bulo y la desinformación: golpismo mediático, financiero, empresarial y judicial.
La dudosa y sospechosa transición acabó cuando Aznar decretó la marcha atrás sin complejos para España. Un tipo que inauguró la mentira y el bulo como propuestas políticas, recordad la foto de las Azores y la asquerosa manipulación de los atentados del 11 M, no presagia nada bueno. De un tipo que convirtió la boda de su hija en una pasarela de corrupción y a su gobierno en un listado de imputados, sólo cabe esperar una huida hacia adelante con el infalible y vil odio por bandera.
Desde que apareció en escena la derecha sin complejos, ha aumentado la violencia machista, contra personas LGTBI y emigrantes. Ha aumentado el odio a rojos, catalanes, vascos y valencianos. Han disparado, y difundido públicamente, a una foto del Presidente del Gobierno y enviado sobres con balas al Vicepresidente. Han expresado por escrito la voluntad de acabar, otra vez, con un Gobierno Legítimo apoyados en un ejército, unas fuerzas de seguridad y una judicatura también sin complejos.