Una España para llorar

Nadie prohibió el pasodoble cuando en los ochenta se abrieron de par en par los escaparates de la cultura y el pensamiento en España. Libertad. La afición de este país a los motes y las etiquetas tuvo a bien bautizar tal evento con el nombre de La Movida (así, con el artículo) y el apellido de la ciudad o zona donde cada una tuvo lugar, porque fueron varias las que convivieron e interactuaron entre sí. En cuanto a etiquetas, el catálogo de tribus urbanas mostraba productos de importación y autóctonos, sin que nadie tuviese la tentación de excluir nada. En eso consistía, y consiste, la libertad.

Los ochenta llegaron después de que la dictadura aislase a España, durante cuatro décadas, del desarrollo social, económico y cultural del mundo moderno. Había que bailar pasodoble por narices, por narices y “Por Dios, por la Patria y el Rey». Mientras París y el mundo vivían una revolución en toda regla, en este país un cura visionaba películas para decidir a qué fotogramas se metía la tijera, un memo provisto de una vara vigilaba los bailes para que el aire corriese entre los abrazados cuerpos abrasados de las parejas y Fraga Iribarne decidía qué libros y periódicos se leían y cuáles no.

Tres décadas después, España corre de nuevo el peligro de que se prohíba lo mismo que se prohibió hace ochenta años y prohibido quedó durante cuarenta so pena de cárcel y confesionario: ser mujer independiente, ser homosexual, ser vasco, valenciano o catalán, ser negra, moro o mulata si no es para servir, venir de otro país sin dinero, comulgar ruedas que no sean de molino, alzar la voz sin permiso del señorito o del patrón, expresar ideas fuera de catálogo, pensar en voz alta y bailar cosas distintas que pasodobles y sevillanas. El país está a punto de volver al toro y la muñeca sevillana sobre un abultado televisor en blanco y negro con dos únicos canales para el NO–DO.

Tiene diez mil espejos España donde mirarse, mil modelos a seguir, mil maneras de realizarse y está eligiendo lo más siniestro que busca y halla. Vuelve a dar la espalda a la Europa moderna, a la ilustrada, a la del crecimiento y el progreso, para refugiarse en la caverna, rechazar la cultura y renegar de la industria. A una España de folclore, cazadores y toreros, a una que persigue a sus artistas y sus filósofos, vivos o muertos, a esa España nos llevan, con su patio de Monipodio, su Santo Oficio, sus santos inocentes, su corte de los milagros, su hoguera de las vanidades, sus clérigos bigardos y su pelotón de fusilamiento.

Sorprende ver en esta España el desprecio con que muchos trabajadores tratan a quienes han evitado despidos masivos durante la pandemia y la crisis/estafa excusada en la guerra de Ucrania; la altiva indiferencia con que acoge la gente en paro una creación histórica de empleo en tiempos de crisis; el odio que dispensan las clases media y baja a quienes han garantizado un Ingreso Mínimo Vital y dignificado el Salario Mínimo Interprofesional; el desaire de la tercera edad a quienes han mejorado las pensiones; o la soberbia con que se rechaza a quienes apuestan por una convivencia pacífica de toda la sociedad española, sin exclusiones sectarias.

Contrasta el vilipendio de esa España mediocre y atrasada hacia el Gobierno Legítimo y Democrático de España con los elogios a quienes deterioran la Sanidad y la Educación públicas en beneficio de las privadas; con la benevolencia hacia quienes practican la corrupción como sistema de gestión; con la mansedumbre ante quienes proponen la esclavitud como modelo laboral; con el beneplácito a quienes boicotean en Europa los fondos para su patria; con la condescendencia hacia quienes quieren liquidar a catalanes y vascos; con la tolerancia hacia quienes llevan el odio como programa.

Esta es la España que amenaza el futuro desde antaño, la España de un pueblo adocenado que vota con un “me gusta” sin usar mucho el cerebro ni bien el teclado, la España desentendida de Lorca o de Machado, la que desprecia a Casals o a Picasso, la que añora sus más negros y violentos años. Esta es la España que, con bulos, odio y abanderados, están fraguando el PP corrupto, radical y no renovado junto a los devotos de Putin, de Hitler y del general Franco. De nada sirve la historia cuando la alergia a estudiar y a pensar define a buena parte del electorado que está condenando a España a repetir su pasado.

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