Una esquizofrénica poesía del absurdo
Escribió Joan Margarit, que nos ha dejado esta semana, que “una herida es también un lugar donde vivir”; sus palabras cobran especial significado y vigencia en estos días con lo sucedido en Cataluña, donde se ha vuelto a la casilla de salida, o si se constatan los manejos del desgobierno del sanchismo, para despenalizar los delitos que han llevado al delincuente convicto Pablo Hasél al “maco”; dicho sea, en argot Kale-borroka, rapero y podemítico que él emplea. Ambos “artistas”, aquél real, meritorio y consagrado, y éste otro, falso, calamitoso y criminal, son ya torrecillas muertas.
Sin embargo, la cuestión política más codiciada en nuestro país era saber, tras varias jornadas de violencia, cuándo Sánchez diría algo sobre tanto desmán y si pondría orden en el ejecutivo que preside. Un gobierno esquizoide esquizoide, en el que cohabitan el subversivo jefe de Echenique, que jalea los disturbios, y un ministro del Interior, primer policía del Estado por su estatuto, que tarde, como casi siempre, ha criticado tibiamente los sucesos de la “revolución rapera”de estos días, en los que los radicales nini y no tan nini, del perroflautismo izquierdista, han incendiando nuestras calles apelando a no se sabe cuál libertad de expresión y derecho a la revuelta vandálica.
Para lo que ha dicho el presidente frente a las propuestas tras días de inexplicable silencio, mejor que hubiese permanecido callado, al menos, como para el más absurdo ejemplo del dadaísmo, le quedaría el margen de valor preeminente que el Dadá le concede a la duda. Pero no, ha hablado, y con una mano ha dicho, contra su vicepresidente Iglesias evidentemente: “que España es una democracia plena en la que no cabe la violencia”, y por otra, en favor de su mismo vicepresidente Iglesias claramente, “que nuestra democracia necesita desde hace mucho tiempo una reforma de los tipos penales contra la libertad de expresión”. La conclusión previa es lógica y no hay que ser un dadaísta consagrado para hacerla: el primer esquizopolítico de nuestro país, es Sánchez; y por otro, que todo tiene los tintes, la apariencia, el hedor, de tratarse de una pose más, de otro desencuentro pactado. Principalmente, porque todo responde a un mismo esquema; un patrón repetitivo del proceder habitual de este ejecutivo de coalición, que podría simplificarse en una frase formularia: “nueva tensión en el seno del gobierno de coalición por…”, y se añade el tema polémico que se quiera al final, y así semana tras semana, en un begintobegin, absolutamente, ya, inaguantable.
En planos más próximos la vida política se desenvuelve también entre lo prosaico y la égloga. En lo proto-andaluz y lo local, la Junta de Andalucía de Sevilla, esa que no nos roba, pero que sí que nos quita cuanto puede, sigue con la celebración del latrocinio de hace 40 años, aquel suceso político tan dañino para Granada y su región que fue amalgamarnos en el batiburrillo andalucista. Lo demuestra la campaña lanzada en la que consideran logros del andalucismo cuestiones tan diversas como (sic): “el desdoble de la carretera nacional IV entre Manzanares y Valdepeñas hace 37 años” o “la declaración de patrimonio inmaterial cultural del mollete de Antequera” (sic., también). Y ante estos desmanes, vienen a mi memoria para terminar aquellos versillos de García Lorca de su “baladilla de los tres ríos”, cuando al referirse a Granada, dijo: “Darro y Genil, torrecillas muertas sobre los estanques”, que cobran especial actualidad cuando la Alhambra gestionada ahora más que nunca para beneficio político del poder hispalense, ha dilapidado sus reservas, y sus torres, literalmente, se están cayendo. ¡Válgame!, y es que han regalado el remanente de tesorería del monumento y este año sin recaudación, porque no vienen los turistas, el monumento se debate, como el resto de la política española, entre lo absurdo y la poesía. Sí, las citadas, las de Lorca y de Margarit, que bien podrían sumarse en una esquizofrénica estrofa de poesía de lo absurdo que bien podría decir: “Darro y Genil,/torrecillas muertas sobre los estanques./ Porque, una herida es también un lugar donde vivir”, y donde insistir, añadiría yo.