Violencia en diferido

Dirán que son enfermas, siempre se dice de las personas extremadamente violentas, de psicópatas capaces de organizar una matanza y asesinar a sangre fría a gente indefensa para echar una mañana de jueves o la tarde de un martes cualquiera. Tal vez caigan doce alumnos en un instituto, siete u ocho clientes en un hipermercado o 70.000 habitantes en tierras vecinas del infierno; da igual, la muerte es un espectáculo tan cotidiano que sólo remueve conciencias cuando los medios la envuelven en el celofán de la publicidad y la propaganda.

La violencia forma parte de casi todas las culturas y la neoliberal genera violencia estructural desde la desigualdad a la que es sometida la sociedad por la codicia extrema. La extrema pobreza genera violencia extrema y el capital la canaliza al señalar como culpables a personas vulnerables desde la imposición de un terrible pensamiento único. Los mercaderes del odio y de la violencia no son más que cobardes que arengan a otros, gente violenta con tremendo vacío neuronal, para que acosen, agredan y maten a las personas señaladas.

Cuando la irresponsabilidad política inventa problemas (y la insensatez mediática los magnifica) como la okupación de viviendas, la “invasión” de migrantes (gran reemplazo la llaman), la “paguita” a Menores Extranjeros No Acompañados, la discriminación de los hombres, las denuncias falsas por mujeres, la epidemia homosexual o la ineficacia de las vacunas, están señalando. Cuando los de Abascal, también los de Ayuso y Feijóo, señalan, se activan las pulsiones violentas que anidan latentes, acechantes, en distintas jaurías humanas.

Cuando las extremas derechas señalan, los “desokupas” amenazan con bates de béisbol a ancianas o familias vulnerables en nombre del sector de las alarmas y del mercado inmobiliario. Dan miedo estos enfermos que forman a las fuerzas de seguridad. También, activado el odio al extranjero pobre, arden asentamientos en Huelva o El Ejido, apalean sudacas y se aplaude el tiroteo en El Tarajal. Hay quien reza para que naufraguen pateras en el Mediterráneo o cayucos en el Atlántico y se aprovecha a la vez de los supervivientes para restaurar de facto el esclavismo soñado.

Cuando el machismo señala, por la Iglesia bendecido, cientos de mujeres son asesinadas por quienes se consideran sus dueños, gran parte de la sociedad se siente comprendida cuando se normalizan las hostias domésticas y salen las manadas empalmadas a la caza de carne joven y fresca para saciar una sexualidad deformada. El patrón volverá a ser jefe en la fábrica, la oficina, el comercio y en la cama, como dios manda, y utilizarán los machos el canal misógino de la Justicia para apretar el dogal machista sobre los cuellos de las mujeres.

Hay que estar muy enfermo para agredir (y matar) al grito de “maricón/bollera de mierda”, un grito habitual que niñatos y niñatas escuchan en el patio del colegio, en la sobremesa de casa, en las redes sociales y en alguna homilía. Hay que estar muy enfermo para señalar y proponer terapias curativas como si se tratara de un cáncer o una escoliosis, muy enfermo para señalar el pecado nefando (delito para la derecha radical) y encubrir la pederastia impune de sotana y seminario. A las restantes siglas de LGTBI+… más pecado… y más violencia.

La gravedad de los señalamientos radica en su capacidad para despertar a la bestia de la violencia en personas acosadas por el sistema neoliberal, que hoy se acercan con mucho peligro a una mayoría social. Es gente intelectualmente disfuncional, con la empatía castrada, orgullosa de su analfabetismo, que duda de la ciencia, rechaza las vacunas, no creen que la capa de ozono esté dañada y tiene el convencimiento de que la tierra es plana. Son personas con derecho a voto que sienten atracción por la violencia y no creen en la Democracia.

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